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viernes, 21 de noviembre de 2008

El arte de llorar

DESDE LA ÚLTIMA BUTACA

Luis Beiro


Ficha técnica
Título en danés: Kunsten at graede i kor. Dirección: Peter Schønau Fog. País: Dinamarca. Año: 2006. Duración: 106 min. Reparto: Jannik Lorenzen, Jesper Asholt, Julie Kolbeck, Hanne Hedelund, Thomas Knuth-Winterfeldt. Guión: Bo Hansen; basado en la novela de Erling Jepsen. Música: Karsten Fundal. Fotografía: Harald Gunnar Paalgard. Vestuario: Margrethe Rasmussen. Sinopsis: Allan es un niño de 11 años cuyo padre, frustrado como profesional y como hombre, amenaza regularmente con suicidarse. Su madre no le hace caso, su hermano mayor se ha ido de la casa y la pequeña lechería, propiedad de la familia no marcha bien. Cuando su hermana mayor deja de pasar las noches en el sofá para consolar los ataques de llanto de su padre, dependerá de Allan asumir ese papel consolador para mantener unida a la familia.

I
De Europa siguen llegando guiones con historias retorcidas pero, indudablemente, de naturaleza entrañable. A Francia, Italia, España e Inglaterra se han sumado las nuevas hornadas de cineastas suecos, daneses, rumanos, alemanes, suizos, rusos, serbios y finlandeses, entre otros, que trabajan un cine que continúa la mejor tradición artística del viejo continente.
“El arte de llorar”, del realizador danés Peter Schønau Fog es una película que sabe tocar el trasfondo humano. Sus secuencias están elaboradas con honestidad, belleza y patetismo. Por eso resulta inolvidable, a pesar de los bostezos que provoca su lentitud inicial.
Sin embargo, cualquier distracción es recompensada con una maestría expositiva original y metódica, sobre todo, cuando el drama se concentra y los elementos técnicos se entremezclan con sencillez y profesionalismo.
La cámara (fija a veces, en movimiento en otras) sabe perseguir las exactitudes del guión. Es una cámara detallística, poco convencional y retorcida sabe retratar con carácter exclusivo las exigencias ópticas del espectador, sin grandilocuencias ni espectacularidades. La dirección de actores logra uniformidad, sin desproporciones ni individualismos. Actuaciones decentes, memorables y, sobre todo, creíbles nos llevan de la mano hacia un final abierto que provoca sutilezas y diatribas pero, que ante todo, sintetiza un aire de esperanza ante la tragedia de una familia al borde de su destrucción.
Los actores Jannik Lorenzen y Jesper Asholt que encarnan al niño y a su padre, concentran los rumbos del filme. El primero, descubriendo desde su inocencia los horrores del insomnio, y el segundo, manipulando a su antojo a su familia hasta obtener de ella sus propósitos. Indudablemente, que el guión apunta más hacia una trama de hondura sicológica que al tecnicismo esteticista. Por tales causas, no busque el espectador esas innovaciones formales que tanto impresionan, ni esas resonancias reflexivas de un Bergman o de un Fassbinder. Aquí hay un filme notable, elaborado a partir de la mirada ingenua de un niño hacia un padre a pesar de oscuridades y crepúsculos, y por quien esta dispuesto a sacrificarlo todo con tal de no verlo sufrir. El manejo argumental crece en forma de abanico inspirador de la espiritualidad porque, a todas luces, el intimismo está logrado a partir de diversas corrientes conductuales de los personajes que asumen las graves pruebas del destino tratando de no vulnerar la integridad familiar y tratando siempre de evitar el arrebato del simulado trance depresivo del padre.
Pero el filme también mistifica la frustración individual y canta a la mediocridad evaporada a partir de la fecunda huella que esta mediocridad deja sobre el sentimiento.
Peter Schønau Fog juega con los límites de la maldad sin rozar el patetismo. Y su mérito mayor es su total divorcio con cualquier iluminación mimética. Su historia respira cine por los cuatro costados. Por eso resulta inolvidable y luminosa.

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