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martes, 24 de septiembre de 2013

El capital


Luis Beiro
luis.beiro@listindiario.com

El cineasta franco-griego Konstantino Costa-Gavras (1933) viene derrochando maestría en el cine político. Es muy posible que su nombre no diga nada a las nuevas generaciones de cinéfilos, sobre todo porque sus principales aportes comenzaron desde finales de los años sesenta, en plena Guerra Fría, cuando dirigió obras fundamentales para la historia del cine: “Z” (1969, Oscar a la mejor película de habla no inglesa); “Missing” (1982, Palma de Oro a la mejor película en Cannes y Oscar al mejor guión adaptado); “Music box” (1989, Oso de Oro en Berlinale); “Amen” (2002, también Oso de Oro en Berlinale) y “Estado de sitio” (1973, sin premios, pero con aplausos).
Sin desdorar su técnica a la hora de poner en escenas sus relatos, su cine sobresale por mezclar la épica con el thriller político, aquel donde lo formal pasa a un segundo plano. Costa-Gavras no es un director alardoso, detenido en protuberancias fotográficas ni en ambientaciones lujosas. Su cine denuncia la política vernácula del tiempo que le tocó vivir. A los ochenta años de edad, en lo que se supone pueda ser su última película, y a la vez, su respuesta a la crisis financiera de hoy, Costa-Gavras nos trae “El capital”, una pieza que desnuda los oscuros resortes que mueven el empresariado contemporáneo (con sus despidos masivos incluidos y la no liquidación a sus empleados), esta vez centrado en el mundo de la banca.
Un directivo medio de una entidad crediticia es ascendido de la noche a la mañana a la presidencia de un banco.
Costa-Gravas lo persigue, revela la astucia y la sangre fría de este hombre que hace todo lo posible para sobrevivir e inyectar capital al negocio, ya bien proveniente de la mafia o de la corrupción.
A veces peca de pueril y simplista.
Sin embargo, el espectador agradecerá el desarrollo de esas imágenes claras, precisas y ajenas al simbolismo; esa vocación de contar sin pelos en la lengua y ese coraje por meterse en camisas de once varas, sin pensar en otra cosa que no sea la denuncia social.
No hay bostezos ni luxaciones sentimentales. La película sigue la vida del protagonista, sus travesuras, exabruptos y relaciones mal habidas. Costa- Gavras se empeña en signar las mieles del poder económico, arrancarle su disfraz de salvajismo, y demostrar que categorías de la ciencia económica como “competitividad”, “rentabilidad”, “desarrollo sostenible” y “estabilidad”, no son más que puros idiolectos para cerrar espacios y oportunidades de desarrollo y crecimiento para las personas.
En el orden personal me hubiera gustado menos didactismo y más cinematografía; hubiera preferido un protagonista que no se debatiera tanto entre la sátira y el cinismo; sin embargo, no dejo de reconocer (con todo y su guión falto de pulir), esta cinta de referencia obligada.

Ficha técnica
País: Francia. Año: 2012. Duración: 114 minutos. Director: Costa Gavras. Guión: Costa-Gavras, Karim Boukercha y Jean-Claude Grumberg (sobre la novela Stéphane Osmont). Reparto: Gad Elmaleh, Gabriel Byrne, Liya Kebede, Jordana De Paula, Celine Sallette, Hippolyte Girardot y Natacha Reginier. Sinopsis: En medio de la crisis financiera internacional, un importante banco francés decide cambiar a su Presidente por razones de salud. El nuevo incumbente, ambicioso y cínico, aplicará a sus empleados y clientes las nuevas reglas de su política.

El Director

Luis Beiro
luis.beiro@listindiario.com
Desde las primeras escenas, el personaje abre los ojos. La cámara lo envuelve con textura multicorde, y no lo deja en paz. Se levanta y el lente lo persigue hasta que recoge el mensaje que acaba de recibir, por fax, en idioma hebreo. No se dicen palabras, pero hay algo seguro: ese hombre siente un hondo dolor. A partir de ahí y durante cuatro minutos, la cámara continúa al acecho de manera despiadada. Dibuja su rostro, lo incendia de cotidianismo. Ese hombre,  se mueve entre la realidad y la ficción. Es el director de la Orquesta Sinfónica, que esa noche saldrá rumbo a Jerusalén, al frente de la compañía, para un concierto con el oratorio “La pasión según San Mateo”, del arzobispo Hilarion Alfeev. Pero ese amanecer, el hombre ha sufrido el mayor desgarro, y lo mantendrá en secreto gracias al muy bien logrado trabajo del célebre actor ruso Vladas Bagdonas.
Ese rostro grave, tenso, rígido y severo delata una tragedia.  Así lo dice el clímax de esa escena, cuando hombre deja abierto el grifo de agua de la cocina. ¿Un simple olvido? El hombre se retira a meditar mientras el agua cae. Solo el productor de la Ópera la cierra al llegar al apartamento del maestro a determinar por qué no contesta sus llamadas.
Toda esa poesía fílmica transcurre durante los primeros cinco minutos de metraje, mientras los créditos caen en la pantalla. Después, entran a escenas otros músicos con sus conflictos personales; no son simples máquinas dispuestas a labrar sus instrumentos, ya bien sean vocales, cordófonos o percutivos. Con esos sucesos, diatribas y profanaciones, el espectador se estremece. La historia contiene una atmósfera de misterio, sugeridora, donde nadie sabe lo que va a pasar con la vida de esos hombres y mujeres que trabajan la cultura.
Encuadres perfectos, ambientaciones apasionantes, música grandiosa y actuaciones inolvidables obligan a recomendar esta película del más reciente cine ruso, aunque su director no es nuevo en estas lides. Pavel Lugin (Moscú, 1949) ya ha sacado las uñas en obras como “El zar” (2009) y “Exorcismo” (2006). 
“El director” no es una obra perfecta. Algunos conflictos de los músicos están traídos por los pelos, como la muerte de la peregrina mientras busca a sus hijos en el mercado de Jerusalén, episodio previsible desde que salió a escena el joven musulmán que prestó su cuerpo como arma de destrucción masiva. Lugin no puede ocultar influencias de Coppola, sobre todo durante el proceso de preparación del cuerpo del fanático, la búsqueda de la madre y la detonación de la bomba, alternando estas imágenes con la ejecución del concierto.
La película debió finalizar cuando el protagonista lee la carta que escribió su hijo adolescente, escapado de su casa por incomprensiones: “Cuando entré en una tienda y pregunté si tenían pan, me respondieron que no tenían, entonces pedí un chicle. El vendedor no me entendió. Y nosotros no nos entendemos el uno al otro. Papá, disculpa que estoy muerto. No lo volveré a hacer más. Te quiero mucho. Sacha”


Ficha técnica
País: Rusia. Año: 2012. Duración: 90 minutos. Director: Pavel Lugin. Guion: Pavel Lungin, Valery Pecheykin. Reparto: Vladas Bagdonas, Inga S
trelkova-Oboldina, Karen Badalov, Serguei Koltakov, Seerguei Barkorskiy, Darya Moroz y Arseniy Spasibo. Sinopsis: La Orquesta Sinfónica de Moscú ofrecerá un concierto en Jerusalén. Durante el mismo saldrán a la luz los fantasmas de algunos músicos.

jueves, 8 de agosto de 2013

María Ugarte, entrevista histórica

Esta entrevista, escrita en forma de monólogo, fue publicada en el Suplemento “A Primera Plana” en 2001. Se reproduce en ocasión de publicar el IMPOSDOM una emisión postal en homenaje a su figura.

Santo Domingo.- Yo conocí a Rafael Herrera casi a mi llegada al país, en 1940. Trabajaba entonces con Julio Ortega Frier, una personalidad muy destacada. Cuando yo lo conocí era Rector de la Universidad. Fue quien reactivó ese alto centro de estudios. Al llegar los exiliados españoles, se integraron a la docencia en la Facultad de Filosofía y Letras que había sido creada, pero no puesta en marcha. Yo trabaja específicamente en tareas de investigación histórica y después de haber pasado una temporada en Sosúa dando clases de español, vine a Santo Domingo a trabajar en la colección del Centenario de la República.
Entonces en Interior y Policía estaba Peña Batlle y me nombró en una comisión para trabajar con él. Yo recuerdo siempre muy interesante aquella comisión. Estaba formada por los más notables intelectuales del país. Se publicaron 19 volúmenes en 1944, y seguí trabajando dando clases y en el Archivo General de La Nación.
En esa época. Rafael Herrera era allí uno de los empleados, y como yo tenía conocimientos de organización de Archivos y Bibliotecas ya que había estudiado esa carrera en España, me propusieron que diera clases sobre esa materia, y Rafael Herrera fue mi alumno que se sentaba en primera fila porque tenía las piernas tan largas que era en esa posición donde podía estirarlas, no en segunda ni en tercera. Nos conocimos y fuimos muy buenos amigos.
Después comencé a trabajar en Relaciones Exteriores para hacer la colección Trujillo, que es una colección de documentos históricos de la República, así como algunas antologías muy buenas de literatura en prosa y verso. Tenía a mi cargo la organización del archivo y la parte de publicaciones. Ahí estuve hasta que el que era mi esposo entonces tuvo un problema político y renuncié.
Estuve varios meses dando clases particulares. Poco después salió El Caribe y nombraron a Rafael Herrera como Jefe de Redacción y de Director a aquel señor norteamericano que renovó el periodismo dominicano: Stanley Ross. Un día me encuentro con mi antiguo alumno, ahora jefe de Redacción de El Caribe, y me invita a trabajar con él.
Crímenes en los barrios
Mis estudios en España fueron de Filosofía y Letras, pero de periodismo nada. Tampoco había en las universidades españolas de entonces cursos de periodismo. Yo antes había colaborado en el Boletín del Archivo General de La Nación con artículos históricos, y en el periódico La Nación en su muy conocida página “Cívica”, donde publicaban también muchos de los españoles exiliados y firmas extranjeras.
Al entrar en El Caribe y presentarme a Stanley Ross, éste me preguntó qué experiencia tenía yo, a lo que le dije que era colaborada de La Nación y había publicado varios artículos en revistas y era especializada en historia. Y entonces él me dice que el simple colaborador no puede decir jamás que es periodista. Los colaboradores no son periodistas. Entonces me ponen a prueba, pero en un trabajo muy fuerte: ir a cubrir crímenes en los barrios altos de Santo Domingo. Yo lo hice porque necesitaba trabajar y lo hice.
No fui ni con carro ni con fotógrafo, pues en esa época el periodista trabajaba con más dificultad que hoy. Tuve que pagar mi carrito de concho para ir a cubrir la noticia.
 Entonces había un solo fotógrafo para todo el periódico. Era muy limitado el personal entonces. Estábamos en la calle El Conde número 1.

La primera y la única mujer reportera

Después de ponerme varias pruebas fuertes, el señor Ross entendió que yo tenía condiciones y me dejó. Yo entré como reportera. Era la primera mujer que entraba en la redacción de un periódico como reportera. En aquella sala enorme de la redacción de El Caribe todos eran hombres. Las otras mujeres que trabajaban allí era en áreas administrativas. Yo traté de demostrar que las mujeres podíamos hacer lo mismo que los hombres. Fue el 14 de abril de 1948.
No me sentí rara, sino con el interés de no quedar mal. Yo quería demostrar que las mujeres estaban capacitadas para cualquier cosa. Yo no estaba preparada en periodismo, pero sí en historia. Siempre digo que la historia y el periodismo tienen algo en común. Cuando los periodistas somos historiadores somos más cuidadosos en investigar los antecedentes que el periodista que no tiene esa preparación. El periodismo gana mucho si la persona que trabaja con él es historiador.
La mayoría de mis compañeros eran muy colaboradores. Siempre había algún que otro machista que decía “¿qué hace una mujer aquí?”, pero eran los menos.
Antes del año Rafael Herrera sale de la jefatura de Redacción del Caribe por razones políticas y pusieron como director a Anselmo Paulino, uno de los hombres de Trujillo, y me hicieron algunas preguntas un poco desagradables, como que si prefería la anterior dirección a ésta... pero como mi respuesta sólo mostró un interés profesional, continué en mi puesto.
Entró el doctor Ornes como jefe de redacción y nos entendimos muy bien, me nombró su ayudante, lo que quería decir que cuando él no estaba yo tenía que asumir bastantes.
Entonces me dieron para que yo llenara, diariamente, la llamada página escolar. Eso me daba la oportunidad de ofrecer colaboraciones a los muchachos de bachillerato. Me iba a todas las escuelas a buscar colaboraciones y la trabajé con un interés extraordinario. Llevé a colaborar allí a un grupo de muchachos que formaban entonces la llamada Generación del 48: Lupo Hernández Rueda, Abelardo Vicioso, Víctor Villegas, Máximo Avilés Blonda, Rafael Varela Benítez y otros. Después ellos pasaban a la página literaria. Avilés Blonda fue mi gran ayuda.
Así estuve hasta 1950 en que me casé y me alejé del periodismo hasta la muerte de mi esposo en 1966. Ornes fue a darme el pésame y entonces él me preguntó que si yo quería volver. Volví a El Caribe en calidad de directora del suplemento. Cuando yo lo cogí el suplemento era el depósito de todos los sobrantes del periódico y yo lo transformé. Pero nunca dejé de trabajar en el periódico diario, tanto en temas culturales como arquitectónicos, como en campañas.

Era de Trujillo

Cuando ocurre el desembarco de Maimón y Estero Hondo fueron días muy tristes para mí porque sentí la muerte de tantos revolucionarios. Fui personalmente con Ornes a ver los cadáveres, pues él creía que entre los muertos estaba su hermano, y su hermano no había muerto. Y todas aquellas tensiones eran muy fuertes porque no era fácil hacer periodismo en la era de Trujillo, cualquier desliz, un elogio a un enemigo de Trujillo, ya era un problema.
Decirle a alguien Don aquí es sólo para las personas mayores, y a mí me decían doña siendo joven y hasta se tuteaba a las trabajadoras de la casa. Eso me gustaba mucho: 50 años atrás, yo era joven, pero todos me llamaban Doña María. Ornes, hasta antes de morir me llamaba así. Era una forma de ser respetada. Eso me gustaba mucho. Yo nunca le di confianza a nadie. Nadie me llamó nunca por mi nombre a secas. Me sentí muy apoyada por todos. Yo llegué muy natural, sin estridencias de ninguna clase. Y no me vieron ni como mujer, ni como española, sino como una compañera más, haciendo mi trabajo y respetando el de los otros; y si podía ayudar, ayudaba.
Salarialmente ganaba lo mismo que los hombres. En aquel momento el salario no era muy alto. Pero al ascenderme a ayudante de Ornes, me aumentaron y ganaba más que los hombres. Por eso no puedo decir que me haya sentido discriminada jamás. Me daban los trabajos interesantes del periódico, es decir, no me dejaban lo que nadie quería y las sociales. Los hombres jóvenes hacían las sociales.
Ya cuando volví en 1966, había varias mujeres periodistas y recuerdo que un compañero me dijo: “Nunca pensé ver mujeres periodistas y sucede que las mujeres son mejores que los hombres”.

Remembranzas


Yo vine a República Dominicana como refugiada, porque no tenía para donde ir. Estaba casada entonces con Constant Brusiloff, un ruso que venía también exiliado de España. Yo vine con mi pequeña hija Carmenchu.
Tuve la mala suerte de llegar después de todos los españoles. Por eso todos los trabajos que podía realizar ya estaban cubiertos. Imagínese a mil personas de golpe en un país pequeño como éste. Cogieron a un grupo y nos enviaron a diferentes puntos. Nos enviaban a unos campos, yo viví cuatro o cinco meses en la colonia Medina, pero pude salir adelante gracias a la gran generosidad del dominicano.
La familia Piantini me acogió en su propia casa mientras mi esposo se quedaba en Sosúa. Y ellos fueron los que me contactaron con Julio Ortega Frier. Por eso fue que decidí quedarme y no partí a otros países como lo hicieron muchos de mis compatriotas. Había una tiranía tremenda, es cierto, pero la seguridad que encontraba entre las gentes me hizo quedarme; eso compensaba. Me sentía muy bien con los dominicanos. Yo no hacía vida con la colonia española, sino con los dominicanos. El dominicano, sin ser rico, ayuda a los demás.
El periódico atrae mucho. Es un vicio y se aguantan muchísimas cosas. Es de las profesiones más difíciles. Mientras una lo ejerce, no puede tener siquiera un plan de vida privada, pero produce una gran satisfacción.

LA ESTAMPILLA CONMEMORATIVA

El Instituto Postal Dominicano en la persona de su Director Modesto Guzmán y su Consejo de Directores auspiciaron la puesta en circulación de un sello postal que universaliza para la posteridad la figura de doña María Ugarte.
La emisión, con una tirada de 30 mil ejemplares y un precio es de RD$33.00 pesos cada uno y RD: 43.00 el sobre conmemorativo del Primer Día de circulación, se encuentra a la venta en las ventanillas filatélicas del IMPOSDOM.

Silvano Lora, un legado que parece perdido

El artista mantenía una activa vida cultural en apoyo a los artistas y a las nuevas generaciones y actualmente la Fundación que lleva su obra ha preparado una exposición antológica en Bellas Artes

Santo Domingo.- Cada sábado, muy temprano en la tarde, él salía de su casa rumbo a la calle El Conde. Lo acompañaban su esposa Mariana y su pequeña hija Quisqueya, cargados de lienzos, pinceles y latas de pintura.
Los tres residían en la barriada de Gascue y, para entonces, él ya poseía una “guagua” marca “Lada”, la que consideraba como su trofeo de guerra, pero no la usaba para esos recorridos.
“El Conde está cerca de casa y caminar es bueno para la salud”, decía como excusa, pero todos sabían que aquella era una verdad a medias. Silvano Lora era un defensor del medio ambiente que se negaba a regar por la ciudad residuos de monóxido de carbono. Además, no le gustaba ostentar. Era enemigo de que las gentes de a pie, por quienes él luchaba, lo vieran disfrutando las veleídades de andar en cuatro ruedas, mientras ellos tenían que pagar el concho.
Otro de sus propósitos era no acostumbrar a su familia a gozar de privilegios. Por eso salían cada sábado andando bajo el sol. Al verlo pasar, las gentes sabían a lo que iban aquellas tres personas y muchos los seguían. Los esperaban en determinados puntos del trayecto, y unidos formaban una pequeña caravana cultural rumbo al final de la vía peatonal, en la esquina colindante a la calle Arzobispo Meriño, a un costado del Palacio Consisitorial.
Una vez allí, el artista comenzaba a armar el escenario. levantaba un gran lienzo, de extremo a extremo de la calle, donde instante después comenzaba a dibujar con su pulso a prueba de balas. Mientras lo hacía, poetas, trovadores, actores, bailarinas difundían sus trabajos ante el centenar de personas que dejaban a un lado sus paseos y compromisos para integrarse a ese inolvidable acontecimiento.
Esa efervencia sucedía mientras finalizaban los años 80 y nacían los noventa. Silvano también inyectó en el país su efervescencia cultural. Eran tiempos en que Juan Bosch organizaba su propia Tertulia en plena calle, frente al local del Partido de la Liberación Dominicana, y además asistía a los encuentros semanales en casa de Natasha Sánchez y en el hostal Nicoláas de Ovando.
Las tertulias de Silvano al aire libre, se correspondían con su idiosincracia transparente. Todos sus actos y propuestas se exponían a la luz del sol y no eran patrimonio exclusivo de nadie. Los viernes en la noche, en su taller de la calle Santiago, el artista celebra sus tertulias con pintores e invitados, donde conversaban sobre arte, política y locuras. Pedro Mir tenía fijo su sillón.

La juventud

Silvano Lora siempre andaba rodeado de artistas e intelectuales jóvenes, sobre todo de aquellos sin nombres sonoros. Muchos de ellos hoy tienen una obra y una formación envidiable y otros aprendieron a conducirse y triunfar dentro de una sociedad diseñada para crecer bajo intereses mercuriales. Al artista le llamaba la atención la sangre joven, la creatividad y el deseo de trabajar bajo cualquier circunstancia. Fue un buen maestro. Pero también un buen alumno. Mientras enseñaba, él también aprendía de esas nuevas generaciones.

Ferias del Libro
Cuando este evento todavía no respiraba aires internacionales, a Silvano nunca le falto un pequeño espacio para levantar “su tienda de campaña”. A mitad de la escalera que conducía a la segunda planta del Museo del Hombre Dominicano, era fácil hallarlo en compañía de su familia, ya bien vendiendo sus dibujos, monedas antiguas o reproducciones de aborígenes que él mismo recreaba. Allí, el espacio de Silvano era un espectáculo inolvidable. A cada visitante, aunque no comprara nada, lo instruía sobre el arte taíno y las tradiciones nacionales. La gente preguntaba siempre por él y disfrutaban de sus conocimientos y exposiciones.
De los tantos episodios e iniciativas que nos legó (Festival de Cine de Santo Domingo, Festival de Cine Pobre, Bienal Marginal, Murales al aire libre, Exposiciones de Jóvenes valores, decoración de restaurantes y negocios con obras de artistas dominicanos y Museos Populares, entre otros) quizás su rasgo distintivo se pueda descubrir alrededor de su personalidad franca, no manipulable y unitaria.
El pintor creía en el deber de la unidad alrededor de proyectos culturales, sin importar ortodoxias. Le gustaba sumar, con sus colegas, amigos y voluntarios vinculados a sus proyectos. Su propósito de crear una gran familia entre los dominicanos no tenía condicionantes ideológicos, sobre todo los vinculados a su filiación marxista. Sus enemigos veían en él a un fantasma. Pero su pueblo supo descubrir al ser humano.
Hoy, la fundación que lleva su nombre no encuentra dolientes para conservar su legado, ni las autoridades se prestan a asumir compromisos de restaurar aquellos proyectos en peligro de destrucción. Por el contrario, obras tan importantes como la Casa de la Cultura-Museo de los Ríos se encuentran solo al amparo de Dios.

La exposición actual en Bellas Artes
Doña Marianne de Tolentino, con su luz larga y espíritu de altura, acogió el proyecto de la Fundación Silvano Lora. Ofreció los salones de la Galería de  Bellas Artes para albergar una exposición retrosctiva con algunas de sus obras, patrimonio de la entidad que lleva el nombre del artista. La muestra, curada por la propia doña Marianne, se encuentra abierta al público durante el presente mes de agosto.
Los visitantes podrán disfrutar un conjunto de obras que contienen algunos elementos fundamentales que han carterizado la obra de este maestro de la pintura dominicana como pueden ser la policromía, los elementos surrealistas y el uso de varias técnicas dentro de una misma obra y, sobre todo, la profundidad de su discurso ético.
Esta es exposición que no debemos dejar de ver. Ojalá la acojan también otros centros culturales públicos y privados de la capital y de las provincias.

miércoles, 26 de junio de 2013

Melaza

El cierre de un ingenio azucarero sirve de escenario a Carlos Lechuga para rastrear un abanico de miserias dentro de un batey de la Cuba de hoy. Toca el alma de seres que no encuentran una forma legal de generar ingresos para sobrevivir. Lechuga sabe hacer cine. Llena su película de virtudes técnicas para desenmascarar lastres morales, y la descomposición social.
Con movimientos lentos de su cámara, el director esboza personajes que cruzan trampas y cometen acciones ingenuas, pero contrarias a la “disciplina” impuesta. Esos planos profesionalmente lentos, recuerdan a los mexicanos Amat Escalante y Carlos Reygadas, salvando distancias y propósitos. Pero a diferencia de ellos, Lechuga no pretende, sino explora; no rehúye de las formas, sino las dibuja sin excesos porque su propósito es tocar la frustración de un país a partir de la tragedia de esos protagonistas.
El filme está construido a partir de un espacio físico que incide en todo el relato. Se trata de un paisaje, una territorialidad preexistente a los personajes y a sus conflictos. “Melaza” puede leerse de dos formas. La primera tiende hacia la exploración de un espacio abstracto, donde predominan contrastes y texturas dentro de un tono aéreo.
La segunda es la historia de personajes reales, sus conflictos y obstáculos. Escenas muy creativas se filman alrededor de una cisterna vacía del ingenio azucarero, donde el profesor imparte clases de natación sin que los niños puedan nadar, y casi al final, cuando la lluvia la llena, los niños nadan junto al profesor en el agua churrosa. De ahí que no estemos ante un filme que busca el naturalismo, sino que maniobra dentro de un caleidoscopio en forma de espiral.
En otro aporte que se aplaude, Lechuga se apoya en su factura documental. “Melaza” fue rodada en el batey de un central, y una de sus virtudes es aprovechar ese escenario natural para sus fines artísticos. Esa persistencia sobre el vacío es la marca dramática de los personajes. Son ruinas que deambulan entre ruinas. Pero ruinas llenas de palpitaciones que no cesan de intentar recomponer el pequeño mundo que habitan.
Lechuga reproduce artísticamente retratos epocales cercanos al “lavado de cerebro”, como pueden ser las bocinas de los autos del gobierno arengando a las masas, las consignas reproducidas en la portada de los diarios y los actos de “reafirmación revolucionaria” en plazas públicas, donde no queda más remedio que sonreír y agitar banderitas (una adaptación muy parecida a la tragicomedia habanera en la fastuosa Plaza de la Revolución).
Con independencia de sus valores artísticos, con “Melaza”, su ópera prima, Carlos Lechuga logra un discurso ético que no pasará inadvertido, no solo por sugerir, sino por cantar a la capacidad de simulación que se debe asumir frente a un Estado que tiende a la marginación colectiva. Su final puede hacer llorar de rabia, tanto aquí como allá.

Ficha técnica
Año: 2012. País: Cuba. Duración: 100 minutos. Director: Carlos Lechuga. Sinopsis: Una pareja de jóvenes que reside en el batey de un ingenio azucarero cerrado, tiene que sobrevivir a la gran crisis económica y a la falta de empleo de la Cuba de hoy.

sábado, 25 de mayo de 2013

Mi libro preferido

Me gustaría morir acompañado de un libro ejemplar. Uno de esos libros que resuma el camino de mi vida, la vocación de mis insomnios y la fe en el amor. Si me encierran de por vida en una isla desierta, antes de partir, pediría una horas de permiso para rastrear en mi hogar en busca de mi obra favorita. Pero no sería una obra en sí, sino el producto de tantas noches de insomnio y de locura.
 Mi libro estaría integrado por un capítulo de "La montaña mágica" de Thomas Mann, sobre todo aquel cuando Hans Castorp descubre que del sanatorio de Davos no se puede salir jamás porque todos los misterios del mundo se resumen en la nieve que cae con insistencia en aquel sitio mágico.
Después incluiría un capítulo de "Cien años de soledad" que podría ser donde Aureliano Buendía se describe como heredero de los dioses.
En mi libro no podrían faltar algunas páginas de "Cecilia Valdés", sobre todo aquellas donde los hermanos amantes descubren el incesto. De Kafka elegiría su relato "La Metamorfosis", de Octavio Paz el capítulo de "Las trampas de la fe" donde Sor Juan Inés de la Cruz se confiesa hereje y es obligada a no escribir jamás. De César Vallejo elegiría dos poemas que marcaron mi vida anterior: "Los heraldos negros" y "Las personas mayores". Igual haría con Antonio Machado y sus proverbios cantares. En mi libro habría un espacio para "Sóngoro Cosongo", de Nicolás Guillén, como para que nunca olvide mis raíces. De José Ángel Buesa traería conmigo el "Poema del renunciamiento".
Otro espacio lo dedicaría a mis dos escritores argentinos preferidos: Borges y Cortázar. Al primero con algunos relatos de "El Aleph", y al segundo con sus microrelatos inmortales de "Cronopios y fantasmas". Si me quedara espacio, me llevaría, también de Cortázar, su introducción a la "Rayuela"; algunos versos de "En la calzada de Jesús del Monte", de Eliseo Diego, el capítulo 7 de “Paradiso”, de José Lezama Lima, diez o quince páginas de “La Educación Sentimental” de Gustave Flaubert, y el poema clásico de Fayad Jamis: "Con tantos golpes que te dio la vida". 
Por último, no podrían faltan algunas "Crónicas de Nueva York", de José Martí, el soneto "El rescate de Sanguilí de Rubén Martínez Villena, capítulos de "Las palmeras salvajes" de William Faulkner, de "Crimen y Castigo" de Dostoievski, de "Aura", de Carlos Fuentes y de "La ciudad y los perros", de Mario Vargas Llosa.
Y cerraría el libro con la mejor novela corta de Ítalo Calvino: "Palomar". En una buena imprenta cocería todas esas páginas y con ellas formaría mi libro preferido para las horas lúdicas de mi destierro mi destierro. Con él me sentiría gente; podría respirar con vehemencia y mi muerte demoraría en llegar, al menos, unos días más.
Que me perdonen Quevedo, Cervantes, Góngora y demás maestros españoles, así como Azorín, Pío Baroja y Unamuno. Que se apiaden de mí las almas de Emilio Zola, Balzac, Maupassant, Baudalerie, Rimbaud, Radiguet, Pavesse, Dos Passos, Hemingway, Whitman, Neruda, Darío, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Reinaldo Arenas, Heberto Padilla, Onetti, Donoso, Henry y Arthur Miller, John Dos Passos, John Steinberg y demás escritores que en el transcurso de mi vida me hicieron deudor de los espejos. 
Pero me hablan de un solo libro. Un solo libro de unas 500 páginas preparado por mi propia mano. Un libro con los textos que recomendaría a los lectores de mañana como prueba de mi desafío a las solemnidades. Un libro que incendie desde una perspectiva alucinante. Una obra para leer en calma y en guerra. Para amar y dejarse devorar por amor. Un libro que tiemble y que haga temblar. Y este ha sido.

sábado, 11 de mayo de 2013

Mi yo interior

Queridos amigos: antes de empezar, permítanme leer un fragmento de este poema inédito que escribí en 1990:

MANIA DE PINOCHO

El hada azul
llegó a la hora del derrumbe
y no me abrió los ojos:
         ordenó
la voluntad del trueno
                                        (la cuerda
más difícil del suicida:
                                         caer
una y otra vez sobre las arcas
                rotas);
me entregó la lluvia
sin eco y sin conciencia:
un incendio de palabras
que no supe interpretar;
me despertó
en un  bosque de rocas sin Gepetto,
sin la dicha
de un insecto
silbándome el destino.
Yo también tuve una historia
de madera,
y Stromboli me enseñó a mentir
dentro de una jaula invisible;
el Honrado Juan
me dio trofeos
que no me pertenecían
                                          tuve
cuerdas y manzanas
y seres que aplaudían
mi habilidad de correr los escenarios
entre babosas y muñecos de cartón.

Mi nariz creció,
pero hacia dentro,

rodeada de miserias.


I
Dice un viejo proverbio del Islam, atribuido a Alí el León, yerno de Mahoma, de la tríada que no tiene vuelta atrás: la flecha una vez que ha sido disparada del arco; la palabra pronunciada con precipitación, y la oportunidad perdida.
Las tres categorías integran el mejor ritual de la aventura.
Es precisamente el sustantivo, “aventura” el que ha marcado mi yo interior, no a la manera de Ortega y Gasset – terrible circunstacia- sino al decir de Lezama Lima: “volar sin alas”.
El poeta vive en el escenario de la impiedad. Todos, en algún que otro momento de su historia, van a pretender decapitarlo. Hasta él mismo intentará la autodestrucción cuando el amor le vire la espalda en la peor esquina del mundo. Si algo en común debe tener con el reloj es ese pragmatismo homicida: amigo de todos, pero al servicio de nadie, sólo de sí mismo.
Esa es la terrible lección que nos cuesta trabajo entender aquí, ahora, cuando todavía corre el tiempo de las irreverencias.
El poeta no puede vivir jamás por una causa, por muy justa que sea. Ni de nada ni de nadie. Su egoísmo se trastoca en virtud. Su contraparte es el entusiasmo: el precio para que la flecha lanzada desde el arco no parta su pecho en dos.

II
Si tengo algo de magia es por no tomarme en serio. Estoy consciente que muero todas las noches al caer vencido por el sueño. Mi alma me abandona. No la tengo. Al dormir, dejo ser yo, y nada existe. Ni siquiera los rastrojos de incredulidad. He tratado de resolver el problema de mi vida en 24 horas sin pensar o no en mi posible resurrección al siguiente amanecer. Por eso escribo de prisa. Hablo lo más posible y envío a mis amigos las historias que se me ocurren, todas al mismo tiempo a diferentes destinatarios, porque temo perderlas.
Sufro por la palabra imperfecta. Siempre he escogido el libro menos indicado: busco lo que nadie imagina: la imperfección más original.
Tal vez eso explica mi predilección por los artículos de de Italo Calvino, el Julio Cortázar de los comics, el Cabrera Infante contrarevolucionario, el Nicolás Guillén de la poesía negoride y el Eliseo Diego de los cuentos fantásticos.
Todas las noches, antes de dormir, pongo la mente en blanco.
Sé que mi alma se irá a alguna parte y en mi cuerpo sólo quedará un vacío inaudito que me obliga  a respirar y a dar vueltas en mi incendio interior.
He muerto. Todo cuanto hice ese día se evapora de forma miserable sin posibilidad de cuestionamiento.
Pero he tenido la fortuna de la resurrección.
Gracias a ella he enmendado ciertas miserias.

III
Prefiero ver el mundo al revés; andar lo más difícil, darme a odiar ante quienes me aman.
Dentro de esas destrucciones he comprobado el efímero placer que inspira la belleza y la dudosa pulcritud de lo grandioso.
Siempre he cuestionado hasta el precio de mi piel, y mis mejores momentos los paso hablando mal de mí, en el festín de los demonios.
Un hombre que muere todos los días no puede ver el mundo rojo. Ni puede darse el lujo de acumular historias de placer.
Nadie ha defraudado más a sus amigos, ni ha perdido más tiempo en busca de lo que no existe que este quien les habla.
He matado con absoluta irresponsabilidad a todo lo que quiero hasta quedarme tendido como polvo sobre el polvo.
Un hombre que muere todos los días sólo puede acumular señales misteriosas y escribir poemas de amor.
Si en algo no he pecado es en hacer de la escritura el centro de mi vida.
Mis mejores y peores momentos han sido escritos muy a mi pesar.
Nadie ha dibujado como yo el peso de su sangre y lo ha lanzado al mar sin mirar el reflejo de la espuma.

IV
Soy un escritor muy afortunado
Nací en una patria y tengo dos.
Volteé mi tiempo, y logré multiplicarme.
Saqué del templo a las brujas.
Hice de una islita el centro del mundo.
Perdí mi vida por amor.
Mis manos se convirtieron en guitarras.
Jamás he mirado hacia atrás.
Todavía hay quienes creen en mí.
Tengo lectores que me han hecho gente y a quienes debo la vida.
Si volviera a nacer, no vacilaría en llevar el mismo nombre.
En crecer en mi ciudad de luz y de certeza.
En emigrar para no convertirme en hormiga hambrienta.
Y en amar  a una mujer distinta cada tarde.
Soy el eterno galán de lo desconocido.

V
Soy un hombre poco original.
Lleno de fantasmas y duendes que no me dejan en paz.
En vez de aprovechar esta oportunidad única que de manera generosa e inmerecida me ha brindado el Ateneo Insular para escribir un discurso inmenso, que me proyecte como un autor de peso, culto y responsable de mis actos, asumo el rostro del demente que quiere que lo lancen al ruedo infernal.
Toda mi vida ha sido una eterna lucha conmigo mismo. Les confieso mis profundas y eternas contradicciones. Todavía no he resuelto estar de acuerdo con lo que hago. Todavía me autoinsulto y discrepo con mi forma de pensar y de vivir.
Mi yo interior no me ha dejado en paz: ni en las buenas ni en las malas.
 
VI
Antes del final, ustedes, que han escuchado la diatriba de un fatídico amuleto, merecen un acto de seriedad. La imagen de este escritor controvertido no debe cerrar este encuentro.
No. Ustedes merecen un rostro más complaciente, sereno, juicioso, con voz segura, enérgica: un hombre que inspire ternura y confianza, al estilo de lo que debe ser un reputado intelectual según los patrones de cordura.
Por eso les digo que todo esto ha sido falso.
Que me he gastado una broma pesada.
Que pretendí un filme de humor.
Que soy un ser jovial, bueno, culto, generoso, amante de la poesía de Vallejo, de Huidobro, de Rilke y Mallarmé.
De un hombre  que, parafraseando a mi compatriota Rubén Martínez Villen , sueña con el párpado abierto: un ilustre ciudadano ejemplar.
Perdonen por hacerme el gracioso.
Ahora están frente al verdadero Luis Beiro. El que lleva siempre su sonrisa en los labios y que vive entregado a las circunstancias, coleccionando granos de arena, al igual que su maestro, Italo Calvino.
Gracias por creer en la voluntad de contar las gotas de lluvia.
Y por favor, cuando termine esta frase, hagan un minuto de silencio en honor a mi nueva resurrección.
A partir de ahora el viaje es más audaz y la meta se ha perdido en el espacio.
No soy Dios, pero creo en él. Y los amo a todos.