El hechizo no es partir. Ni buscar la relación entre el eco y el canto. Nunca se podrá romper el círculo invisible. La implacable duda del retorno rondará por encima del hueso maldecido. Y saltará sobre el instante de ruptura. En la forma sosegada de emprender el camino al revés.
La suerte es que nadie se imagina quién abre las puertas del infierno. La maleta volverá a su sitio en el armario con la ropa estrujada y los botones caídos. El fin del camino trae un olor a huesos. Las aves deben conocer dónde se oculta la mirada negligente.
Partir requiere el influjo de la caída no esperada. Habrá algo que siempre puede más: el privilegio de mirar el mismo paisaje con ojos diferentes.
Ni crisis ni promesas. El tiempo no pide recompensas. Aunque se disfrace con medallas de metal y todos le viren la espalda. Sobre los ojos de una mujer cansada de esperar brilla el drástico mensaje del adiós. Y contra ella sólo pueden las gotas de nostalgia cuando son multiplicadas.
El dragón no echa fuego por la boca. Sus ojos han dejado de cantar porque no admite el orden. Dejará caer su cola una y otra vez para cerrar la ruta del regreso.
Y habrá una espada con el filo preparado. Alerta y silenciosa.
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