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viernes, 21 de noviembre de 2008

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DESDE LA ÚLTIMA BUTACA

Luis Beiro

Ficha técnica
Director: Nikita Mijalkov. País: Rusia. Año: 2007. Duración: 157 m. Reparto: Sergei Makovetski, Nikita Mijalkov, Sergei Garmash, Valentin Gaft. Guión: Nikita Mijalkov, Vladimir Moisenko. Sinopsis: Un jurado de 12 hombres debe sentenciar a un joven checheno por haber supuestamente asesinado a su padrasto, un ex oficial del ejército ruso. El veredicto debe ser unánime, razón por la que esa reunión del jurado se excede del tiempo previsto.

I
Cuando Sidney Lumet filmó en 1957 el guión de Reginald Rose que, mal traducido al español llevaba como título “Doce hombres en pugna”, se había consumado la realización de un clásico del cine moderno. La película, impresionante en forma y fondo, mostró al mundo la debilidad del sistema judicial norteamericano, sobre todo al tocar el tema de la calidad moral de los miembros de los jurados encargados de decidir la vida o la muerte de las personas. Lumet se las arregló para encerrar a sus doce protagonistas dentro de un pequeño salón para, desde allí, sacar los fantasmas del alma humana. Las virtudes de aquel filme se resumieron en la determinación de Lumet de importantizar trabajo en equipo. Por eso su película ha llegado a nuestros días con la frente en alto.
Cincuenta años después, Nikita Mijalkov (“Ojos negros”, “Pieza inconclusa para piano mecánico” y “La esclava en amor”) se adueña de aquel guión para ampliarlo, enriquecerlo y ubicarlo en la Rusia de hoy, como radiografía epocal.
No estamos en presencia, pues, de un remake en el sentido literal de la palabra, sino de una nueva versión que retrata tanto los vicios de la justicia como las incandescencias sociales, gracias al magisterio de un nuevo guión que, entre otras excelencias, propone un sorprendente final.
El racismo, el tráfico de influencias, la falta de humanismo, la incultura y hasta el irrespeto a los deberes y derechos del ser humano sobresalen a lo largo de este filme elaborado con la simbología a la que el cine de Mijalkov nos tiene acostumbrados, al acudir a elementos poéticos tradicionales, como pueden ser la lluvia, la nieve, los trenes, la música (¡los pianos¡), las aves y la danza. Estos símbolos devienen en estímulos intelectuales que trasmiten al espectador una fuente de reflexión sobre la transformación ética que ha sufrido la sociedad rusa.
A diferencia de Lumet, Mijalkov no gasta energías en trasmitir la culpabilidad o inocencia de un ciudanano checheno aborrecido por la mayoría del jurado debido a la dosis de sangre migratoria que porta en sus venas. Por el contrario, el protagonista es usado en forma de ave pequeña que, huyendo de la nevada, penetra dentro del local donde se desarrolla el debate del jurado y allí, a veces volando de un extremo a otro, escucha los parlamentos de sus verdugos, gime levemente y hasta deja caer su excremento sobre la frente de su insaciable acusador.
Los fantasmas, las ilusiones y las decepciones de la sociedad rusa crecen y se bifurcan también con imágenes externas que retratan la infancia del protagonista, su habilidad caucasiana en el arte de la danza del cuchillo y, sobre todo, en los horrores de la guerra que no ha dejado de ser la peor marca de su vida. Todo esto se combina con una dirección de actores formidable, donde la historia de cada quien es recreada casi fotográficamente a través del expresionismo como método histriónico, junto a una cámara que, a partir de todos los planos posibles, se acerca o se aleja de los protagonistas y del escenario, como creando un distanciamiento físico en el espectador para profundizar en el desgarramiento interior. Mijalkov sabe jugar con la sicología de sus personajes. Por eso película se mueve con maestría entre el melodrama y la comedia. Controla la escena como si fuera Dios y presenta los tiempos dentro de la misma con su acostumbrado rigor. Ninguno de los doce hombres reunidos escapa de la crueldad individual. Todos están marcados por el desencanto y la impureza con que sus vidas fueron manipuladas. Un magnífico trabajo de edición complementa esta pieza, mucho más profunda y lograda de lo que a simple vista parece.Lamentablemente, su falta de síntesis (algo que no sorprende en Mijalkov, en su propósito de no abandonar el relato y de empeñarse en mostrarnos nuevas conclusiones), es su talón de Aquiles. Sin embargo, este defecto no empequeñece su disfrute.

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