El artista mantenía una activa vida cultural en apoyo a los artistas y a las
nuevas generaciones y actualmente la Fundación que lleva su obra ha preparado
una exposición antológica en Bellas Artes
Santo
Domingo.- Cada sábado, muy temprano en la tarde, él salía de su casa rumbo a la
calle El Conde. Lo acompañaban su esposa Mariana y su pequeña hija Quisqueya,
cargados de lienzos, pinceles y latas de pintura.
Los tres residían en la barriada de Gascue y, para entonces, él ya poseía una “guagua” marca “Lada”, la que consideraba como su trofeo de guerra, pero no la usaba para esos recorridos.
“El Conde está cerca de casa y caminar es bueno para la salud”, decía como excusa, pero todos sabían que aquella era una verdad a medias. Silvano Lora era un defensor del medio ambiente que se negaba a regar por la ciudad residuos de monóxido de carbono. Además, no le gustaba ostentar. Era enemigo de que las gentes de a pie, por quienes él luchaba, lo vieran disfrutando las veleídades de andar en cuatro ruedas, mientras ellos tenían que pagar el concho.
Otro de sus propósitos era no acostumbrar a su familia a gozar de privilegios. Por eso salían cada sábado andando bajo el sol. Al verlo pasar, las gentes sabían a lo que iban aquellas tres personas y muchos los seguían. Los esperaban en determinados puntos del trayecto, y unidos formaban una pequeña caravana cultural rumbo al final de la vía peatonal, en la esquina colindante a la calle Arzobispo Meriño, a un costado del Palacio Consisitorial.
Una vez allí, el artista comenzaba a armar el escenario. levantaba un gran lienzo, de extremo a extremo de la calle, donde instante después comenzaba a dibujar con su pulso a prueba de balas. Mientras lo hacía, poetas, trovadores, actores, bailarinas difundían sus trabajos ante el centenar de personas que dejaban a un lado sus paseos y compromisos para integrarse a ese inolvidable acontecimiento.
Esa efervencia sucedía mientras finalizaban los años 80 y nacían los noventa. Silvano también inyectó en el país su efervescencia cultural. Eran tiempos en que Juan Bosch organizaba su propia Tertulia en plena calle, frente al local del Partido de la Liberación Dominicana, y además asistía a los encuentros semanales en casa de Natasha Sánchez y en el hostal Nicoláas de Ovando.
Las tertulias de Silvano al aire libre, se correspondían con su idiosincracia transparente. Todos sus actos y propuestas se exponían a la luz del sol y no eran patrimonio exclusivo de nadie. Los viernes en la noche, en su taller de la calle Santiago, el artista celebra sus tertulias con pintores e invitados, donde conversaban sobre arte, política y locuras. Pedro Mir tenía fijo su sillón.
Los tres residían en la barriada de Gascue y, para entonces, él ya poseía una “guagua” marca “Lada”, la que consideraba como su trofeo de guerra, pero no la usaba para esos recorridos.
“El Conde está cerca de casa y caminar es bueno para la salud”, decía como excusa, pero todos sabían que aquella era una verdad a medias. Silvano Lora era un defensor del medio ambiente que se negaba a regar por la ciudad residuos de monóxido de carbono. Además, no le gustaba ostentar. Era enemigo de que las gentes de a pie, por quienes él luchaba, lo vieran disfrutando las veleídades de andar en cuatro ruedas, mientras ellos tenían que pagar el concho.
Otro de sus propósitos era no acostumbrar a su familia a gozar de privilegios. Por eso salían cada sábado andando bajo el sol. Al verlo pasar, las gentes sabían a lo que iban aquellas tres personas y muchos los seguían. Los esperaban en determinados puntos del trayecto, y unidos formaban una pequeña caravana cultural rumbo al final de la vía peatonal, en la esquina colindante a la calle Arzobispo Meriño, a un costado del Palacio Consisitorial.
Una vez allí, el artista comenzaba a armar el escenario. levantaba un gran lienzo, de extremo a extremo de la calle, donde instante después comenzaba a dibujar con su pulso a prueba de balas. Mientras lo hacía, poetas, trovadores, actores, bailarinas difundían sus trabajos ante el centenar de personas que dejaban a un lado sus paseos y compromisos para integrarse a ese inolvidable acontecimiento.
Esa efervencia sucedía mientras finalizaban los años 80 y nacían los noventa. Silvano también inyectó en el país su efervescencia cultural. Eran tiempos en que Juan Bosch organizaba su propia Tertulia en plena calle, frente al local del Partido de la Liberación Dominicana, y además asistía a los encuentros semanales en casa de Natasha Sánchez y en el hostal Nicoláas de Ovando.
Las tertulias de Silvano al aire libre, se correspondían con su idiosincracia transparente. Todos sus actos y propuestas se exponían a la luz del sol y no eran patrimonio exclusivo de nadie. Los viernes en la noche, en su taller de la calle Santiago, el artista celebra sus tertulias con pintores e invitados, donde conversaban sobre arte, política y locuras. Pedro Mir tenía fijo su sillón.
La
juventud
Silvano Lora siempre andaba rodeado de artistas e intelectuales jóvenes, sobre todo de aquellos sin nombres sonoros. Muchos de ellos hoy tienen una obra y una formación envidiable y otros aprendieron a conducirse y triunfar dentro de una sociedad diseñada para crecer bajo intereses mercuriales. Al artista le llamaba la atención la sangre joven, la creatividad y el deseo de trabajar bajo cualquier circunstancia. Fue un buen maestro. Pero también un buen alumno. Mientras enseñaba, él también aprendía de esas nuevas generaciones.
Ferias del Libro
Cuando
este evento todavía no respiraba aires internacionales, a Silvano nunca le
falto un pequeño espacio para levantar “su tienda de campaña”. A mitad de la
escalera que conducía a la segunda planta del Museo del Hombre Dominicano, era
fácil hallarlo en compañía de su familia, ya bien vendiendo sus dibujos,
monedas antiguas o reproducciones de aborígenes que él mismo recreaba. Allí, el
espacio de Silvano era un espectáculo inolvidable. A cada visitante, aunque no
comprara nada, lo instruía sobre el arte taíno y las tradiciones nacionales. La
gente preguntaba siempre por él y disfrutaban de sus conocimientos y
exposiciones.
De los tantos episodios e iniciativas que nos legó (Festival de Cine de Santo Domingo, Festival de Cine Pobre, Bienal Marginal, Murales al aire libre, Exposiciones de Jóvenes valores, decoración de restaurantes y negocios con obras de artistas dominicanos y Museos Populares, entre otros) quizás su rasgo distintivo se pueda descubrir alrededor de su personalidad franca, no manipulable y unitaria.
El pintor creía en el deber de la unidad alrededor de proyectos culturales, sin importar ortodoxias. Le gustaba sumar, con sus colegas, amigos y voluntarios vinculados a sus proyectos. Su propósito de crear una gran familia entre los dominicanos no tenía condicionantes ideológicos, sobre todo los vinculados a su filiación marxista. Sus enemigos veían en él a un fantasma. Pero su pueblo supo descubrir al ser humano.
Hoy, la fundación que lleva su nombre no encuentra dolientes para conservar su legado, ni las autoridades se prestan a asumir compromisos de restaurar aquellos proyectos en peligro de destrucción. Por el contrario, obras tan importantes como la Casa de la Cultura-Museo de los Ríos se encuentran solo al amparo de Dios.
De los tantos episodios e iniciativas que nos legó (Festival de Cine de Santo Domingo, Festival de Cine Pobre, Bienal Marginal, Murales al aire libre, Exposiciones de Jóvenes valores, decoración de restaurantes y negocios con obras de artistas dominicanos y Museos Populares, entre otros) quizás su rasgo distintivo se pueda descubrir alrededor de su personalidad franca, no manipulable y unitaria.
El pintor creía en el deber de la unidad alrededor de proyectos culturales, sin importar ortodoxias. Le gustaba sumar, con sus colegas, amigos y voluntarios vinculados a sus proyectos. Su propósito de crear una gran familia entre los dominicanos no tenía condicionantes ideológicos, sobre todo los vinculados a su filiación marxista. Sus enemigos veían en él a un fantasma. Pero su pueblo supo descubrir al ser humano.
Hoy, la fundación que lleva su nombre no encuentra dolientes para conservar su legado, ni las autoridades se prestan a asumir compromisos de restaurar aquellos proyectos en peligro de destrucción. Por el contrario, obras tan importantes como la Casa de la Cultura-Museo de los Ríos se encuentran solo al amparo de Dios.
La exposición actual en Bellas Artes
Doña
Marianne de Tolentino, con su luz larga y espíritu de altura, acogió el
proyecto de la Fundación Silvano Lora. Ofreció los salones de la Galería
de Bellas Artes para albergar una
exposición retrosctiva con algunas de sus obras, patrimonio de la entidad que
lleva el nombre del artista. La muestra, curada por la propia doña Marianne, se
encuentra abierta al público durante el presente mes de agosto.
Los visitantes podrán disfrutar un conjunto de obras que contienen algunos elementos fundamentales que han carterizado la obra de este maestro de la pintura dominicana como pueden ser la policromía, los elementos surrealistas y el uso de varias técnicas dentro de una misma obra y, sobre todo, la profundidad de su discurso ético.
Esta es exposición que no debemos dejar de ver. Ojalá la acojan también otros centros culturales públicos y privados de la capital y de las provincias.
Los visitantes podrán disfrutar un conjunto de obras que contienen algunos elementos fundamentales que han carterizado la obra de este maestro de la pintura dominicana como pueden ser la policromía, los elementos surrealistas y el uso de varias técnicas dentro de una misma obra y, sobre todo, la profundidad de su discurso ético.
Esta es exposición que no debemos dejar de ver. Ojalá la acojan también otros centros culturales públicos y privados de la capital y de las provincias.
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