Esta entrevista, escrita en forma de monólogo, fue publicada en el Suplemento
“A Primera Plana” en 2001. Se reproduce en ocasión de publicar el IMPOSDOM una
emisión postal en homenaje a su figura.
Santo Domingo.- Yo
conocí a Rafael Herrera casi a mi llegada al país, en 1940. Trabajaba entonces
con Julio Ortega Frier, una personalidad muy destacada. Cuando yo lo conocí era
Rector de la Universidad. Fue quien reactivó ese alto centro de estudios. Al
llegar los exiliados españoles, se integraron a la docencia en la Facultad de
Filosofía y Letras que había sido creada, pero no puesta en marcha. Yo trabaja
específicamente en tareas de investigación histórica y después de haber pasado
una temporada en Sosúa dando clases de español, vine a Santo Domingo a trabajar
en la colección del Centenario de la República.
Entonces en Interior y Policía estaba Peña Batlle y me nombró en una comisión para trabajar con él. Yo recuerdo siempre muy interesante aquella comisión. Estaba formada por los más notables intelectuales del país. Se publicaron 19 volúmenes en 1944, y seguí trabajando dando clases y en el Archivo General de La Nación.
En esa época. Rafael Herrera era allí uno de los empleados, y como yo tenía conocimientos de organización de Archivos y Bibliotecas ya que había estudiado esa carrera en España, me propusieron que diera clases sobre esa materia, y Rafael Herrera fue mi alumno que se sentaba en primera fila porque tenía las piernas tan largas que era en esa posición donde podía estirarlas, no en segunda ni en tercera. Nos conocimos y fuimos muy buenos amigos.
Después comencé a trabajar en Relaciones Exteriores para hacer la colección Trujillo, que es una colección de documentos históricos de la República, así como algunas antologías muy buenas de literatura en prosa y verso. Tenía a mi cargo la organización del archivo y la parte de publicaciones. Ahí estuve hasta que el que era mi esposo entonces tuvo un problema político y renuncié.
Estuve varios meses dando clases particulares. Poco después salió El Caribe y nombraron a Rafael Herrera como Jefe de Redacción y de Director a aquel señor norteamericano que renovó el periodismo dominicano: Stanley Ross. Un día me encuentro con mi antiguo alumno, ahora jefe de Redacción de El Caribe, y me invita a trabajar con él.
Entonces en Interior y Policía estaba Peña Batlle y me nombró en una comisión para trabajar con él. Yo recuerdo siempre muy interesante aquella comisión. Estaba formada por los más notables intelectuales del país. Se publicaron 19 volúmenes en 1944, y seguí trabajando dando clases y en el Archivo General de La Nación.
En esa época. Rafael Herrera era allí uno de los empleados, y como yo tenía conocimientos de organización de Archivos y Bibliotecas ya que había estudiado esa carrera en España, me propusieron que diera clases sobre esa materia, y Rafael Herrera fue mi alumno que se sentaba en primera fila porque tenía las piernas tan largas que era en esa posición donde podía estirarlas, no en segunda ni en tercera. Nos conocimos y fuimos muy buenos amigos.
Después comencé a trabajar en Relaciones Exteriores para hacer la colección Trujillo, que es una colección de documentos históricos de la República, así como algunas antologías muy buenas de literatura en prosa y verso. Tenía a mi cargo la organización del archivo y la parte de publicaciones. Ahí estuve hasta que el que era mi esposo entonces tuvo un problema político y renuncié.
Estuve varios meses dando clases particulares. Poco después salió El Caribe y nombraron a Rafael Herrera como Jefe de Redacción y de Director a aquel señor norteamericano que renovó el periodismo dominicano: Stanley Ross. Un día me encuentro con mi antiguo alumno, ahora jefe de Redacción de El Caribe, y me invita a trabajar con él.
Crímenes
en los barrios
Mis estudios en España fueron de Filosofía y Letras, pero de periodismo nada. Tampoco había en las universidades españolas de entonces cursos de periodismo. Yo antes había colaborado en el Boletín del Archivo General de La Nación con artículos históricos, y en el periódico La Nación en su muy conocida página “Cívica”, donde publicaban también muchos de los españoles exiliados y firmas extranjeras.
Al entrar en El Caribe y presentarme a Stanley Ross, éste me preguntó qué experiencia tenía yo, a lo que le dije que era colaborada de La Nación y había publicado varios artículos en revistas y era especializada en historia. Y entonces él me dice que el simple colaborador no puede decir jamás que es periodista. Los colaboradores no son periodistas. Entonces me ponen a prueba, pero en un trabajo muy fuerte: ir a cubrir crímenes en los barrios altos de Santo Domingo. Yo lo hice porque necesitaba trabajar y lo hice.
No fui ni con carro ni con fotógrafo, pues en esa época el periodista trabajaba con más dificultad que hoy. Tuve que pagar mi carrito de concho para ir a cubrir la noticia.
Mis estudios en España fueron de Filosofía y Letras, pero de periodismo nada. Tampoco había en las universidades españolas de entonces cursos de periodismo. Yo antes había colaborado en el Boletín del Archivo General de La Nación con artículos históricos, y en el periódico La Nación en su muy conocida página “Cívica”, donde publicaban también muchos de los españoles exiliados y firmas extranjeras.
Al entrar en El Caribe y presentarme a Stanley Ross, éste me preguntó qué experiencia tenía yo, a lo que le dije que era colaborada de La Nación y había publicado varios artículos en revistas y era especializada en historia. Y entonces él me dice que el simple colaborador no puede decir jamás que es periodista. Los colaboradores no son periodistas. Entonces me ponen a prueba, pero en un trabajo muy fuerte: ir a cubrir crímenes en los barrios altos de Santo Domingo. Yo lo hice porque necesitaba trabajar y lo hice.
No fui ni con carro ni con fotógrafo, pues en esa época el periodista trabajaba con más dificultad que hoy. Tuve que pagar mi carrito de concho para ir a cubrir la noticia.
Entonces
había un solo fotógrafo para todo el periódico. Era muy limitado el personal
entonces. Estábamos en la calle El Conde número 1.
La primera y la única mujer reportera
Después de ponerme varias pruebas fuertes, el señor Ross entendió que yo tenía condiciones y me dejó. Yo entré como reportera. Era la primera mujer que entraba en la redacción de un periódico como reportera. En aquella sala enorme de la redacción de El Caribe todos eran hombres. Las otras mujeres que trabajaban allí era en áreas administrativas. Yo traté de demostrar que las mujeres podíamos hacer lo mismo que los hombres. Fue el 14 de abril de 1948.
No me sentí rara, sino con el interés de no quedar mal. Yo quería demostrar que las mujeres estaban capacitadas para cualquier cosa. Yo no estaba preparada en periodismo, pero sí en historia. Siempre digo que la historia y el periodismo tienen algo en común. Cuando los periodistas somos historiadores somos más cuidadosos en investigar los antecedentes que el periodista que no tiene esa preparación. El periodismo gana mucho si la persona que trabaja con él es historiador.
La mayoría de mis compañeros eran muy colaboradores. Siempre había algún que otro machista que decía “¿qué hace una mujer aquí?”, pero eran los menos.
Antes del año Rafael Herrera sale de la jefatura de Redacción del Caribe por razones políticas y pusieron como director a Anselmo Paulino, uno de los hombres de Trujillo, y me hicieron algunas preguntas un poco desagradables, como que si prefería la anterior dirección a ésta... pero como mi respuesta sólo mostró un interés profesional, continué en mi puesto.
Entró el doctor Ornes como jefe de redacción y nos entendimos muy bien, me nombró su ayudante, lo que quería decir que cuando él no estaba yo tenía que asumir bastantes.
Entonces me dieron para que yo llenara, diariamente, la llamada página escolar. Eso me daba la oportunidad de ofrecer colaboraciones a los muchachos de bachillerato. Me iba a todas las escuelas a buscar colaboraciones y la trabajé con un interés extraordinario. Llevé a colaborar allí a un grupo de muchachos que formaban entonces la llamada Generación del 48: Lupo Hernández Rueda, Abelardo Vicioso, Víctor Villegas, Máximo Avilés Blonda, Rafael Varela Benítez y otros. Después ellos pasaban a la página literaria. Avilés Blonda fue mi gran ayuda.
Así estuve hasta 1950 en que me casé y me alejé del periodismo hasta la muerte de mi esposo en 1966. Ornes fue a darme el pésame y entonces él me preguntó que si yo quería volver. Volví a El Caribe en calidad de directora del suplemento. Cuando yo lo cogí el suplemento era el depósito de todos los sobrantes del periódico y yo lo transformé. Pero nunca dejé de trabajar en el periódico diario, tanto en temas culturales como arquitectónicos, como en campañas.
Era de Trujillo
Cuando ocurre el desembarco de Maimón y Estero Hondo fueron días muy tristes para mí porque sentí la muerte de tantos revolucionarios. Fui personalmente con Ornes a ver los cadáveres, pues él creía que entre los muertos estaba su hermano, y su hermano no había muerto. Y todas aquellas tensiones eran muy fuertes porque no era fácil hacer periodismo en la era de Trujillo, cualquier desliz, un elogio a un enemigo de Trujillo, ya era un problema.
Decirle a alguien Don aquí es sólo para las personas mayores, y a mí me decían doña siendo joven y hasta se tuteaba a las trabajadoras de la casa. Eso me gustaba mucho: 50 años atrás, yo era joven, pero todos me llamaban Doña María. Ornes, hasta antes de morir me llamaba así. Era una forma de ser respetada. Eso me gustaba mucho. Yo nunca le di confianza a nadie. Nadie me llamó nunca por mi nombre a secas. Me sentí muy apoyada por todos. Yo llegué muy natural, sin estridencias de ninguna clase. Y no me vieron ni como mujer, ni como española, sino como una compañera más, haciendo mi trabajo y respetando el de los otros; y si podía ayudar, ayudaba.
Salarialmente ganaba lo mismo que los hombres. En aquel momento el salario no era muy alto. Pero al ascenderme a ayudante de Ornes, me aumentaron y ganaba más que los hombres. Por eso no puedo decir que me haya sentido discriminada jamás. Me daban los trabajos interesantes del periódico, es decir, no me dejaban lo que nadie quería y las sociales. Los hombres jóvenes hacían las sociales.
Ya cuando volví en 1966, había varias mujeres periodistas y recuerdo que un compañero me dijo: “Nunca pensé ver mujeres periodistas y sucede que las mujeres son mejores que los hombres”.
Remembranzas
Yo vine a República Dominicana como refugiada, porque no tenía para donde ir. Estaba casada entonces con Constant Brusiloff, un ruso que venía también exiliado de España. Yo vine con mi pequeña hija Carmenchu.
Tuve la mala suerte de llegar después de todos los españoles. Por eso todos los trabajos que podía realizar ya estaban cubiertos. Imagínese a mil personas de golpe en un país pequeño como éste. Cogieron a un grupo y nos enviaron a diferentes puntos. Nos enviaban a unos campos, yo viví cuatro o cinco meses en la colonia Medina, pero pude salir adelante gracias a la gran generosidad del dominicano.
La familia Piantini me acogió en su propia casa mientras mi esposo se quedaba en Sosúa. Y ellos fueron los que me contactaron con Julio Ortega Frier. Por eso fue que decidí quedarme y no partí a otros países como lo hicieron muchos de mis compatriotas. Había una tiranía tremenda, es cierto, pero la seguridad que encontraba entre las gentes me hizo quedarme; eso compensaba. Me sentía muy bien con los dominicanos. Yo no hacía vida con la colonia española, sino con los dominicanos. El dominicano, sin ser rico, ayuda a los demás.
El periódico atrae mucho. Es un vicio y se aguantan muchísimas cosas. Es de las profesiones más difíciles. Mientras una lo ejerce, no puede tener siquiera un plan de vida privada, pero produce una gran satisfacción.
LA ESTAMPILLA CONMEMORATIVA
El Instituto Postal Dominicano en la persona de su Director Modesto Guzmán y su Consejo de Directores auspiciaron la puesta en circulación de un sello postal que universaliza para la posteridad la figura de doña María Ugarte.
La emisión, con una tirada de 30 mil ejemplares y un precio es de RD$33.00 pesos cada uno y RD: 43.00 el sobre conmemorativo del Primer Día de circulación, se encuentra a la venta en las ventanillas filatélicas del IMPOSDOM.
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