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miércoles, 12 de marzo de 2014

Guillo Pérez: “Este pueblo mío me ha querido desde que nací”

“MI ESTILO SE LLAMA COMO YO, GUILLO PÉREZ, Y NO SE PARECE AL DE NINGÚN OTRO”

Guillo Pérez en sus inicios.
Luis Beiro
Santo Domingo

Listín Diario. Julio, 2008

Su esposa actual, Amalia, es una mujer que respira altura no sólo por su elegancia al vestir ni por el esmerado trato al visitante. Ella sabe descubrir en la intensidad de los pequeños ojos azules del maestro, el rigor de su decir.
Ella no sólo es la madre de sus cuatro últimos hijos, sino también su colaboradora más cercana. En los últimos años lo ha visto mancharse una y otra vez en taller como aquel muchacho que por los años cincuenta pintaba la imagen de las Águilas Cibaeñas en banderolas, cartulinas y maderos para ganarse la vida. Ella, además de esposa, es su confidente y amiga. Ella es la mejor anfitriona y la que hizo posible este encuentro.

Guillermo Esteban Pérez Chicón, mocano de nacimiento, primo y alumno de Yoryi Morell, me esperaba con su guayabera azul y su rostro curtido por el rigor de una lejana juventud llena de incertidumbre que le obligó a carestías y sacrificios personales con tal de abrirse una ruta por sí mismo.

Infancia y adolescencia
Guillo Pérez, el único varón de una familia de ocho hermanos, aprendió el arte de su padre, Francisco Guillermo Pérez Tavárez (Fan) un trabajador eventual que se las ingeniaba durante los doce meses del año en “inventárselas” para sobrevivir.
“No me puedo olvidar que él convirtió mi casa en un pequeño taller y tenía como compañero de oficio a un carpintero llamado Antonio Rodríguez. Ellos me enseñaron a hacer objetos de madera que luego yo llenaba de colores con  pintura de aceite y los llevaba a vender por las calles de Santiago. Pero antes de esa experiencia, mi padre instaló en mi casa una fábrica de dulces caseros gracias a la cual mantuvo a la familia por varios años”.
Su padre también era aficionado a la música y entre sus artistas favoritos estaba el compositor santiaguez Gabriel del Orbe quien años más tarde se convertiría en su maestro.
De esa experiencia Guillo aprendió el valor del “picoteo” para poder vivir con cierto decoro una sociedad donde los empleados tienen sueldos de miseria. Vive convencido que “Aquí, el que no vive del “picoteo”, se muere”.
Mientras me habla de su infancia en Santiago de manos de su madre vendiendo todo tipo de objetos, pintando en letreros, carteles y pegando anuncios y propaganda comercial en las paredes, no puedo ocultar mi respeto hacia ese hombre que a pesar de ser un triunfador no ha perdido su aire campesino, como tampoco lo perdió su pintura.

Guillo Pérez con Salvador Allende

El artista
Guillo Pérez mira a los ojos de su interlocutor tal y como lo hacen las personas que no tienen nada de que arrepentirse. Y mientras me confiesa de su formación autodidacta descubro en él el orgullo por cada una de sus obras realizadas:
“Mi primer cuadro lo vendí a la Galería Auffant en Santo Domingo por cuatro pesos. Esa institución después se convirtió en mi representante y a ella le guardo eterna gratitud por haber confiado en mi. Yo soy de la galería Aufant. Allí conocí a Justo Liberato, quien desinteresadamente me acredita en el mercado del arte y me hacía los contactos para que yo pudiera vender mis cuadros cuando yo venía a la capital los fines de semana. Hoy mis cuadros tienen un precio estándar de 300 mil pesos, según el tamaño. Yo no he dejado de pintar nunca, hay cuadros que se me han complicado en terminar y se han demorado más tiempo del debido, eso es común en el arte, pero como promedio yo terminaba unos 3 cuadros al mes. Hoy tengo mi galería y mi escuela, la cual atiende mi hijo Willy Pérez que salió pintor como yo. Con el paso de los años, he dejado la docencia, pero a mi me gustó dar clases porque a pesar de ser autodidacta en materia de pintura, siempre fui profesor, primero en la Escuela Nacional de Arte y después en mi propio centro docente. Me encanta enseñar. Creo que trasmitir a los demás lo que uno sabe es la mayor satisfacción de un artista. Me gradué en Santiago en nivel básico y medio, así como de la Academia de Yoryi Morel. En 1942 fui al seminario Padre Fantino, en el Santo Cerro de La Vega, pero abandoné esos estudios porque mi verdadera vocación era la pintura”.

Un pueblo heroico
Guillo Pérez vive orgullo del coraje de su pueblo: “Este es un pueblo luchador, de temple y de dignidad, no hay otro pueblo como este”.  Me relató su experiencia en la Guerra de Abril, cuando vivía en la entonces en la calle Santomé 136, en plena zona constitucionalista. Su fusil entonces seguía siendo el pincel, pero salía todos los días a vivir la experiencia de ver a su pueblo resistir heroicamente: “Eso fue tremendo. Nadie se imagina lo que pasó allí. Vi mucha muerte y destrucción. Andaba de un lugar a otro y de todo lo más me llamó la atención era el optimismo de la gente, y después, la forma en que enfrentaban a las tropas invasoras. Vi a un pueblo valiente, desgarrado, sufrido, sin un centavo. Yo estaba en la guerra de curioso. Yo no fui guerrillero, ni soy guapo, ni soy matón. Yo andaba por ahí, por el malecón, viendo los horrores de la guerra y los expresaba con mis dibujos, con mis pinceles y mis colores. Fui siempre un gran espectador de la vida para poder contar los momentos en que he compartido con mi pueblo y con las gentes importantes”.
Me habla con el mismo acento con que saludó al precedente Salvador Allende en el Palacio de La Moneda.  Ahora sus ojos me recuerdan la ciudad de La Habana, donde fue recibido “como un príncipe” y donde pudo almorzar con Mariano Rodríguez, otro grande la pintura caribeña que, como él, trabajó el tema de los gallos. En ese viaje, sostuvo un encuentro con el presidente cubano Fidel Castro, quien fue hasta donde él estaba y lo felicitó. Le dijo que le había caído muy bien, que le gustaban sus cuadros y su cara se correspondía con la de un poeta y le dijo que él se sentiría muy orgulloso si hubiera sido un artista de su categoría.
“Los gallos son un elemento que se incorporan después a mi pintura, pero no es el tema central. Mi verdadero eje temático es la caña de azúcar con el ingenio y todo lo que tiene que ver con la zafra. Mi raíz como artista es campesina y está en el mundo azucarero. Tengo ese universo de sabiduría del campo cibaeño que ensayé después con Yoryi Morel. Aunque yo era un autodidacta, nunca dejé de estudiar”.
Y en realidad no miente. Lo que pasa es que en determinada etapa de su carrera, tal vez la que inició su despunte internacional estuvo marcada por su magia creativa alrededor de la figura del gallo. Sin embargo, el grueso de sus símbolos se encuentran entre los elementos del cañaveral. Ahí, el maestro es mucho más distintivo y electrizante. Lo mismo que en las palmas y paisajes agrestes. Guillo Pérez no es un pintor urbano a pesar de que en su obra se reflejan ciertas experiencias de las calles y casas de Santo Domingo. Pero lo más importante y creativo se relaciona con el mundo campesino, ese que le sale por cada poro de la piel con fuerza entrañable.


Además de pintar, Guillo Pérez tocaba el violín.
Padre de familia
Violinista, jugador de baloncesto y, sobre todo, amante de vivir intensamente el mundo de la creación artística, el maestro Guillo Pérez se siente orgulloso por haber procreado tres familias, las cuales ha mantenido y mantiene de manera decorosa gracias a la venta de sus cuadros: “A  los 17 años contraigo matrimonio con Rosa García, con quien tuve una hija llamada Rosa Albeni. Después, me casé con Ana Rojas con quien procreé 4 hijos, Willy, Miguelina, Fanny y Angela, y actualmente mi compañera es Amalia Linares con quien tengo 4 hijos, Guillermo, Miguel, Francisco y Amalia”.
No bebe, ni fuma, ni va a teatros ni a conciertos musicales. Su hobby es pintar y “visionar cosas” como el mismo le llama al arte de pasar sus horas libres mirando fotos de pinturas universales o leyendo libros de su interés.
Su vida ha sido una espiral de transparencia que no se ha ensombrecido ni moral ni humanamente. Hombre en todas las circunstancias de la vida, ha sabido venir de abajo sin pensar demasiado en las piedras interpuestas en su camino. Como todo artista, ha tenido sus temporadas buenas y malas, pero siempre con la frente en alto y con tremenda fe en los demás. Ha logrado lo más difícil, triunfar en su país.
Vive agradecido a los coleccionistas de arte y empresarios de Santo Domingo y Santiago que generosamente han invertido, tanto en su obra y en la obra de los pintores dominicanos: “Gracias a los Grullón, a los Espaillat y a muchos otros los pintores dominicanos hemos vivido con dignidad y hemos podido realizar nuestra obra, por eso siempre les guardo mucha gratitud. Yo me he sentido siempre y me considero el Goya dominicano”.

Memorias
“Yo he vivido de piropo en piropo entre los grandes maestros y críticos de arte. Jaime Colson cada vez que me veía se deshacía en elogios. Abil Peralta, Cándido Gerón y Marianne de Tolentino han escrito maravillas sobre mi obra.
Quiero mucho a mis compañeros, a Elsa Núñez, a Bidó, a Dionisio Blanco a Rosa Tavárez y a otros más que yo admiro. Este respiro artístico y filosófico que yo tengo y que me viene de herencia, ese calor nacional histórico, me hace decir que los dominicanos somos los artistas más grande que hay en América. Este pueblo dominicano me ha querido desde que yo nací”.
“En uno de mis viajes de Santiago a Santo Domingo Justo Liberato queda impresionado por uno de mis cuadros y me lleva ante Gilberto Hernández Ortega para que se incluya en una bienal.
Entonces él me dice una frase que no podré olvidar jamás: Cuánto talento hay aquí, cuánta inquietud.. .. Y al conocerme me dijo: Se ha dado talentoso ese muchacho... sigue por ese camino”.
“Yo comencé pintando en una mesa cualquiera, en un patio, sin hora fija, pero después fui adquiriendo la disciplina, hacía los bocetos. Fui el primer dominicano que exhibió en tierra santa fui yo, y me fui solo para una montaña a las seis de la tarde para respirar allá la sabiduría de Cristo”.
“Yo dejé la pintura abstracta por razones económicas. Los pintores abstractos de mi etapa éramos Peña Defilló, Silvano Lora y yo. Después mi pintura se volvió “abstractizante. Pero yo he dejado nada, yo he seguido siendo Guillo Pérez en cada etapa de mi carrera”.
“Fui pintor abstracto y muy elogiado, por cierto. Tuve una etapa en que experimenté en la pintura abstracta con mucha constancia porque como artista nunca deseché ninguna forma. También fui fotógrafo y muralista”.

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