Luis Beiro
luis.beiro@yahoo.com
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Los dos
largometrajes de ficción de Ernesto Daranas (La Habana, 1961) hacen diana en el
lado oscuro de la vida cubana de hoy. La primera de ellas, “Los dioses rotos”
(2009), desafió códigos morales. Su pretexto fue traer al presente un clásico
del teatro cubano, “Requiem por Yarini”. Con ella como pretexto, Daranas
demostró que el “chulo” cubano no ha muerto y que en los barrios habaneros
perviven sentimientos humanos que superan, en tiempo y forma, la personalidad
del que se aprovecha de los ritos religiosos para imponer su poder y sus
códigos morales sobre los demás.
El “chulo” que presenta Daranas en su primer largometraje de ficción difiere sustancialmente al que se ha trascendido en la tradición cubana pre revolucionaria. Ese personaje que campea por las calles habaneras de hoy es todo un señor empresario moderno. Y actúa como tal, sin olvidar las prácticas de clientelismo, soborno, corrupción, tráfico de influencias y crímenes que entraña “el ejercicio de su cargo”, sin nada que envidiarle a cualquier político de turno. Actúa a la sombra de la ley, pero amparado por las élites del poder porque, a fin de cuentas, ese poder se sirve de personajes de su calaña para controlar cualquier tipo de efervescencia social.
Su segundo filme, “Conducta”, se acaba de estrenar en las salas habaneras. Y según me cuentan, el público abarrota los cines, aplaude determinadas escenas y, como si una vez fuera poco, visiona la cinta dos, tres y hasta cuatro veces, como para que no se le olvide ningún detalle. Según publica Yusimi Rodríguez en Diario de Cuba: “El Yara ha sumado una tanda más a las ya habituales, y en cada una, la sala se ha llenado más que en la anterior.”
En relación a esta película debo decir que estamos frente a una producción cinematográfica a secas. No importa lo rudimentario de su técnica, pues “solo pedantes y bribones se la sacaran en cara”. Los directores cubanos deben hacer sus obras “arañando la tierra”, sin un mercado que los apoye, sin una publicidad interna que invierta en su realización y con un personal técnico brillante, pero muy mal pagado. Sin embargo, lo hacen bien. Se diría que demasiado bien si tomamos en cuenta el contexto sociopolítico en que se desarrollan.
“Conducta” es una cinta con muchos bemoles, demasiados. Sus valores extra cinematográficos no son inferiores a los artísticos. En ella se respira cine, un cine convencional desde el punto de vista de su puesta en escena, pero inmenso en su discurso; un producto de calidad, muy bien dirigido, con un guion valiente, de factura perfecta, con un reparto de primer nivel y una fotografía que reitera la mayoría de edad del cine cubano. Es una obra donde “ciencia” y “técnica” se dan la mano en matrimonio armonioso. Tal vez esa sea una de las causas de su aceptación unánime.
El “chulo” que presenta Daranas en su primer largometraje de ficción difiere sustancialmente al que se ha trascendido en la tradición cubana pre revolucionaria. Ese personaje que campea por las calles habaneras de hoy es todo un señor empresario moderno. Y actúa como tal, sin olvidar las prácticas de clientelismo, soborno, corrupción, tráfico de influencias y crímenes que entraña “el ejercicio de su cargo”, sin nada que envidiarle a cualquier político de turno. Actúa a la sombra de la ley, pero amparado por las élites del poder porque, a fin de cuentas, ese poder se sirve de personajes de su calaña para controlar cualquier tipo de efervescencia social.
Su segundo filme, “Conducta”, se acaba de estrenar en las salas habaneras. Y según me cuentan, el público abarrota los cines, aplaude determinadas escenas y, como si una vez fuera poco, visiona la cinta dos, tres y hasta cuatro veces, como para que no se le olvide ningún detalle. Según publica Yusimi Rodríguez en Diario de Cuba: “El Yara ha sumado una tanda más a las ya habituales, y en cada una, la sala se ha llenado más que en la anterior.”
En relación a esta película debo decir que estamos frente a una producción cinematográfica a secas. No importa lo rudimentario de su técnica, pues “solo pedantes y bribones se la sacaran en cara”. Los directores cubanos deben hacer sus obras “arañando la tierra”, sin un mercado que los apoye, sin una publicidad interna que invierta en su realización y con un personal técnico brillante, pero muy mal pagado. Sin embargo, lo hacen bien. Se diría que demasiado bien si tomamos en cuenta el contexto sociopolítico en que se desarrollan.
“Conducta” es una cinta con muchos bemoles, demasiados. Sus valores extra cinematográficos no son inferiores a los artísticos. En ella se respira cine, un cine convencional desde el punto de vista de su puesta en escena, pero inmenso en su discurso; un producto de calidad, muy bien dirigido, con un guion valiente, de factura perfecta, con un reparto de primer nivel y una fotografía que reitera la mayoría de edad del cine cubano. Es una obra donde “ciencia” y “técnica” se dan la mano en matrimonio armonioso. Tal vez esa sea una de las causas de su aceptación unánime.
Voy a apartarme del debate ideológico para comentar esta película cubana. Los
problemas de las ideologías (o lo que ellas ponen en juego) no son de forma, ni
de fondo. Pero sí son portadoras de un virus de identidad. Algo así como una
especie de hipnosis que transforma al ser humano en “algo”. Y ese hombre, que
solo mira el bien de los demás a partir de su propia perspectiva, pierde la
noción de integralidad, es decir, juzga a quienes lo rodean sin tomar en cuenta
sus puntos de vista individuales, sus principios de libertad, la facultad de
disentir, de expresarse, de entender a sus semejantes y de respetar los
derechos ajenos y humanos.
La película “Conducta” tiene un discurso ético donde se enfrentan lo políticamente correcto con lo académicamente correcto, a pesar de que los personajes en conflictos, puedan compartir o no la misma ideología.
La tragedia de los niños Chala y Yeni no es más que el telón de fondo de una Habana en ruinas; una Habana donde los niños mal visten, mal comen, mal hablan y mal piensan. Ese es el contexto que escoge Ernesto Daranas como centro de su historia. El filme puede leerse a partir del enfrentamiento de dos personajes, la maestra Carmela y la inspectora Raquel. La primera (representada por una depurada actriz llamada Alina Rodríguez, y la segunda, encarnada con acertada discreción por Silvia Ávila). Los parlamentos de ambas mujeres provocan flujos de conciencia que responden al desgarramiento interior; una joven funcionaria impotente por no poder aplastar a una veterana profesora con sus lecciones de burocracia e insensatez (Raquel) y la otra (“rosca izquierda”) por encontrar siempre las reflexiones humanísticas necesarias para rechazar las pretensiones oficialistas. Ese dueto actoral alcanza momentos de lucidez que obligan al espectador a vincularlos con sus perspectivas éticas.
Daranas provoca un juego de contrastes con sus personajes, sobre todo cuando ese aparente debate de deberes e inconductas crece en forma de arte. El ejemplo no puede ser más aleccionador: se enfrentan la rancia ortodoxia que promueve un personaje joven y la lucidez y la razón de una veterana. Es decir, ideas viejas en mentes jóvenes e ideas jóvenes en personalidades a punto de pasar a mejor vida.
Dentro del filme, se aplauden frases que habrían sido consideradas subversivas en tiempos de pasión verde olivo; otros las refieren como derivaciones propias de un ludismo mimético. Sea como fuera, lo importante es que el careo de ambas protagonistas, es un recurso de Daranas para hacer temblar a un espectador consciente de que, entre ellas, no habrá reconciliación. La rigidez de esos enfrentamientos tal vez pueda achacársele a Daranas como un exceso de coloraciones en la conformación de ambos personajes que, a fin de cuentas, quedan encasillados dentro de su propia certidumbre, recreando el pasivo enfrentamiento entre el bien y el mal que, a lo largo de la historia del cine, no solo ha dejado propuestas lamentables.
No estoy hablando de actuaciones, sino del propósito que persigue la película con esas actuaciones porque, a pesar de los aplausos delirantes, el filme pudo haberse enrumbado por trillos mucho más enyerbados, donde no solo se balbucean estados de ánimo o de opinión, sino donde la batalla sonara tan duro como las letras que salían de la vieja maquinilla de escribir de la maestra Carmela cuando redactaba, con elegancia y gallardía, su “testamento”, exigiendo no el retiro, sino la expulsión del magisterio que había ejercido de manera ejemplar por casi cincuenta años: “mucho menos tiempo que el que llevan en el poder los que gobiernan el país… ¿no parece demasiado?”.
La repercusión emotiva de esta obra no tiene discusión. Como tampoco su rol de válvula de escape para una sociedad que, dentro de la sala oscura, puede gritar y aplaudir a espaldas de personajillos que, como la inspectora Raquel, todavía son “gentes” en las calles habaneras.
Su ritmo es impresionante. Podría compararse con la intensidad de una búsqueda implacable en medio de la nada. Desde que se inicia el filme con imágenes de la profesora Carmela leyendo su propia “sentencia”, el director se dio a la tarea de otorgarle a su película un dinamismo irreversible. Para ello, escribió un guion lleno de simbolismos legibles, sonoros y cercanos a la cotidianidad antillana como el vuelo de palomas, el ladrido de perros, el correr de autos, trenes, carretas, bicicletas, triciclos, así como ese ronroneo citadino, la indócil inestabilidad y el fragor dentro de una escuela donde la maestra es algo más que una simple trasmisora de conocimientos.
La película “Conducta” tiene un discurso ético donde se enfrentan lo políticamente correcto con lo académicamente correcto, a pesar de que los personajes en conflictos, puedan compartir o no la misma ideología.
La tragedia de los niños Chala y Yeni no es más que el telón de fondo de una Habana en ruinas; una Habana donde los niños mal visten, mal comen, mal hablan y mal piensan. Ese es el contexto que escoge Ernesto Daranas como centro de su historia. El filme puede leerse a partir del enfrentamiento de dos personajes, la maestra Carmela y la inspectora Raquel. La primera (representada por una depurada actriz llamada Alina Rodríguez, y la segunda, encarnada con acertada discreción por Silvia Ávila). Los parlamentos de ambas mujeres provocan flujos de conciencia que responden al desgarramiento interior; una joven funcionaria impotente por no poder aplastar a una veterana profesora con sus lecciones de burocracia e insensatez (Raquel) y la otra (“rosca izquierda”) por encontrar siempre las reflexiones humanísticas necesarias para rechazar las pretensiones oficialistas. Ese dueto actoral alcanza momentos de lucidez que obligan al espectador a vincularlos con sus perspectivas éticas.
Daranas provoca un juego de contrastes con sus personajes, sobre todo cuando ese aparente debate de deberes e inconductas crece en forma de arte. El ejemplo no puede ser más aleccionador: se enfrentan la rancia ortodoxia que promueve un personaje joven y la lucidez y la razón de una veterana. Es decir, ideas viejas en mentes jóvenes e ideas jóvenes en personalidades a punto de pasar a mejor vida.
Dentro del filme, se aplauden frases que habrían sido consideradas subversivas en tiempos de pasión verde olivo; otros las refieren como derivaciones propias de un ludismo mimético. Sea como fuera, lo importante es que el careo de ambas protagonistas, es un recurso de Daranas para hacer temblar a un espectador consciente de que, entre ellas, no habrá reconciliación. La rigidez de esos enfrentamientos tal vez pueda achacársele a Daranas como un exceso de coloraciones en la conformación de ambos personajes que, a fin de cuentas, quedan encasillados dentro de su propia certidumbre, recreando el pasivo enfrentamiento entre el bien y el mal que, a lo largo de la historia del cine, no solo ha dejado propuestas lamentables.
No estoy hablando de actuaciones, sino del propósito que persigue la película con esas actuaciones porque, a pesar de los aplausos delirantes, el filme pudo haberse enrumbado por trillos mucho más enyerbados, donde no solo se balbucean estados de ánimo o de opinión, sino donde la batalla sonara tan duro como las letras que salían de la vieja maquinilla de escribir de la maestra Carmela cuando redactaba, con elegancia y gallardía, su “testamento”, exigiendo no el retiro, sino la expulsión del magisterio que había ejercido de manera ejemplar por casi cincuenta años: “mucho menos tiempo que el que llevan en el poder los que gobiernan el país… ¿no parece demasiado?”.
La repercusión emotiva de esta obra no tiene discusión. Como tampoco su rol de válvula de escape para una sociedad que, dentro de la sala oscura, puede gritar y aplaudir a espaldas de personajillos que, como la inspectora Raquel, todavía son “gentes” en las calles habaneras.
Su ritmo es impresionante. Podría compararse con la intensidad de una búsqueda implacable en medio de la nada. Desde que se inicia el filme con imágenes de la profesora Carmela leyendo su propia “sentencia”, el director se dio a la tarea de otorgarle a su película un dinamismo irreversible. Para ello, escribió un guion lleno de simbolismos legibles, sonoros y cercanos a la cotidianidad antillana como el vuelo de palomas, el ladrido de perros, el correr de autos, trenes, carretas, bicicletas, triciclos, así como ese ronroneo citadino, la indócil inestabilidad y el fragor dentro de una escuela donde la maestra es algo más que una simple trasmisora de conocimientos.
Ese simbolismo no excluye ni subvierte. Puede llegar en forma de contrastes
(peleas de perros/ vuelo de palomas) o con imágenes violentas (peleas de perros/riñas
infantiles/juegos/nados) siempre en función del desarrollo de la historia.
Daranas enriquece sus contrastes dentro de las cuatro reglas que definen la
conducta de un niño y que se encarga de poner en boca de Carmela:
“casa-escuela-rigor-afecto”. La ausencia de estas categorías provoca el
estallido social de personajes como el niño Chala, protagonizado por Armando
Valdés quien, por su fuerza interpretativa, nos recuerda, salvando las
distancias e intenciones al entonces infante español Juan José Ballesta en el
memorable film de Achero Mañas “El bola” (2000).
Daranas se esmeró en la conformación de su protagonista, llenando de claroscuros su presencia en la pantalla. Chala, sin un padre conocido y con su madre adicta, es el “que lleva los frijoles a la mesa de su casa” ejerciendo oficios como cuidador de perros de pelea, “coleccionista” de palomas y jugador de la lotería: Esas son las únicas oportunidades que le brinda la sociedad en que vive.
La personalidad histriónica de Valdez es tan fuerte que convence con sus maneras de sufrir, llorar, pelear, responder y codearse con gentes de todas la calañas. Lo mejor de todo es su buen corazón que no se cansa de buscar cariño y protección, en su caso, en la maestra Carmela. Además de ser maltratado e incomprendido, su sincera necesidad de afecto no es correspondida por quienes forman parte de su entorno. En otras palabras, el vive como adulto sin dejar de ser niño.
Sin llegar a las excelencias de Valdés, el personaje de la niña Yeni, interpretado por Amaly Junco es conmover por la tragedia que arrastra y que trata de disimular inútilmente, porque ya es un secreto a voces: ser Palestina. Esta es una simpática forma cubana de nombrar a quienes se atreven a violentar la ley que impide a los habitantes de una provincia que se trasladen a otra sin permiso estatal. Yeni y su padre son asediados por la policía, y tienen que acudir al soborno para poder quedarse a malvivir en un bajareque en ruinas... hasta un día en que el pobre hombre “tenía los bolsillos vacíos”.
“Conducta” se estrena a principios de 2014, cuando el cubano vive el día a día, sin importarle mucho la luz que llegará con el nuevo amanecer. Pocos años atrás, algunos esquemas han caracterizado tres propuestas cubanas con niños actores. Películas como “Viva Cuba”, “Habanastation” y “…sin Embargo” han sido protagonizadas por el grupo de teatro “La Colmenita”, institución que le ha dado la vuelta al mundo como resultados de la generosidad gubernamental. No les restamos a esos infantes ni ápice talento, ni atacamos a los valiosos directivos de esta agrupación. La maquinaria estatal “presiona” y hay que estar dentro de la isla, haciendo cultura, para saber el precio que se tiene que pagar por ello. Y al igual que el final del filme “Viva Cuba”, esos niños ya no tienen para dónde escapar.
Se pudiera decir que Ernesto Daranas ha logrado una obra donde se puede ver el mundo de la sociedad cubana a partir de la experiencia de un niño y los conflictos que inevitablemente le vienen encima por lo que se mueve a su alrededor.
Porque su cinta no es una historia para “disfrutar” en una sala de cine tomando Coca cola, sino un pedazo de realidad arrancado del corazón de una ciudad, copiado por una cámara indiscreta.
El filme puede tener también otra lectura. “Conducta” por mucho que se centre en las tribulaciones de cuatro personajes (Carmela, Raquel, Chala y Yeni), no es un relato explosivo en el sentido lineal de la palabra. La mirada del director sobre los graves problemas que afronta la educación escolar en Cuba se capta de una manera protagónica, resumida en el enfrentamiento entre utopía y razón. Por eso la cámara no se preocupa tanto por buscar exteriores, sino por sacar del alma humana la amargura y rabia acumulada.
El recurso del close-up para mostrar estados emocionales, así como la ausencia de clichés en el perfil socio cultural, no es una pieza más dentro de un juego de imágenes en movimiento. El discurso literario, filosófico y artístico que se mueve detrás de esta película (elaborada con un muy reducido presupuesto) ofrece una visión alternativa donde cada escena podría interpretarse como una ilustración de la anterior. Es decir, como un espiral que desata la rebeldía interior que persiste en unos personajes que están convencidos de que dentro de la isla hay cosas que cambiar, desde hace mucho tiempo.
La profesora Carmela, a todas luces, la heroína, está trabajada con el propósito de trasgredir. Su cuestionamiento a la filosofía oficialista no parte de una militancia política adversa al régimen, sino de su sentir como ser humano. Ella no tiene límites a la hora de cruzar esas trasgresiones porque, en definitiva, sabe quién es y no está dispuesta a ceder ni un ápice en sus puntos de vista aunque ello le pueda costar algo más que su empleo.
La decisión del director de otorgarle a su obra un final abierto, memorable, preparado para que la inteligencia del espectador se dirija no a la búsqueda de soluciones inmediatas, sino a la reflexión de los graves problemas que puede confrontar una sociedad que alguna vez en su historia decida seguir los rumbos de un régimen totalitario, es un rotundo golpe de éxito.
“Conducta” es cine por los cuatro costados. Cine pobre, pero nunca pobre cine. Más claro, ni el agua. No busque en ella el censor los fantasmas que no existen.
Daranas se esmeró en la conformación de su protagonista, llenando de claroscuros su presencia en la pantalla. Chala, sin un padre conocido y con su madre adicta, es el “que lleva los frijoles a la mesa de su casa” ejerciendo oficios como cuidador de perros de pelea, “coleccionista” de palomas y jugador de la lotería: Esas son las únicas oportunidades que le brinda la sociedad en que vive.
La personalidad histriónica de Valdez es tan fuerte que convence con sus maneras de sufrir, llorar, pelear, responder y codearse con gentes de todas la calañas. Lo mejor de todo es su buen corazón que no se cansa de buscar cariño y protección, en su caso, en la maestra Carmela. Además de ser maltratado e incomprendido, su sincera necesidad de afecto no es correspondida por quienes forman parte de su entorno. En otras palabras, el vive como adulto sin dejar de ser niño.
Sin llegar a las excelencias de Valdés, el personaje de la niña Yeni, interpretado por Amaly Junco es conmover por la tragedia que arrastra y que trata de disimular inútilmente, porque ya es un secreto a voces: ser Palestina. Esta es una simpática forma cubana de nombrar a quienes se atreven a violentar la ley que impide a los habitantes de una provincia que se trasladen a otra sin permiso estatal. Yeni y su padre son asediados por la policía, y tienen que acudir al soborno para poder quedarse a malvivir en un bajareque en ruinas... hasta un día en que el pobre hombre “tenía los bolsillos vacíos”.
“Conducta” se estrena a principios de 2014, cuando el cubano vive el día a día, sin importarle mucho la luz que llegará con el nuevo amanecer. Pocos años atrás, algunos esquemas han caracterizado tres propuestas cubanas con niños actores. Películas como “Viva Cuba”, “Habanastation” y “…sin Embargo” han sido protagonizadas por el grupo de teatro “La Colmenita”, institución que le ha dado la vuelta al mundo como resultados de la generosidad gubernamental. No les restamos a esos infantes ni ápice talento, ni atacamos a los valiosos directivos de esta agrupación. La maquinaria estatal “presiona” y hay que estar dentro de la isla, haciendo cultura, para saber el precio que se tiene que pagar por ello. Y al igual que el final del filme “Viva Cuba”, esos niños ya no tienen para dónde escapar.
Se pudiera decir que Ernesto Daranas ha logrado una obra donde se puede ver el mundo de la sociedad cubana a partir de la experiencia de un niño y los conflictos que inevitablemente le vienen encima por lo que se mueve a su alrededor.
Porque su cinta no es una historia para “disfrutar” en una sala de cine tomando Coca cola, sino un pedazo de realidad arrancado del corazón de una ciudad, copiado por una cámara indiscreta.
El filme puede tener también otra lectura. “Conducta” por mucho que se centre en las tribulaciones de cuatro personajes (Carmela, Raquel, Chala y Yeni), no es un relato explosivo en el sentido lineal de la palabra. La mirada del director sobre los graves problemas que afronta la educación escolar en Cuba se capta de una manera protagónica, resumida en el enfrentamiento entre utopía y razón. Por eso la cámara no se preocupa tanto por buscar exteriores, sino por sacar del alma humana la amargura y rabia acumulada.
El recurso del close-up para mostrar estados emocionales, así como la ausencia de clichés en el perfil socio cultural, no es una pieza más dentro de un juego de imágenes en movimiento. El discurso literario, filosófico y artístico que se mueve detrás de esta película (elaborada con un muy reducido presupuesto) ofrece una visión alternativa donde cada escena podría interpretarse como una ilustración de la anterior. Es decir, como un espiral que desata la rebeldía interior que persiste en unos personajes que están convencidos de que dentro de la isla hay cosas que cambiar, desde hace mucho tiempo.
La profesora Carmela, a todas luces, la heroína, está trabajada con el propósito de trasgredir. Su cuestionamiento a la filosofía oficialista no parte de una militancia política adversa al régimen, sino de su sentir como ser humano. Ella no tiene límites a la hora de cruzar esas trasgresiones porque, en definitiva, sabe quién es y no está dispuesta a ceder ni un ápice en sus puntos de vista aunque ello le pueda costar algo más que su empleo.
La decisión del director de otorgarle a su obra un final abierto, memorable, preparado para que la inteligencia del espectador se dirija no a la búsqueda de soluciones inmediatas, sino a la reflexión de los graves problemas que puede confrontar una sociedad que alguna vez en su historia decida seguir los rumbos de un régimen totalitario, es un rotundo golpe de éxito.
“Conducta” es cine por los cuatro costados. Cine pobre, pero nunca pobre cine. Más claro, ni el agua. No busque en ella el censor los fantasmas que no existen.
Ficha técnica.
País: Cuba. Año: 2014. Dirección y guion: Ernesto Daranas. Duración: 100 minutos. Reparto: Alina Rodríguez, Armando Valdés, Yuliet Cruz, Amaly Junco, Miriel Cejas, Tomás Cao, Héctor Noas, Aramis Delgado y Silvia Ávila. Sinopsis: Un niño de once años (con un supuesto padre preso, vive con su madre adicta), entrena perros de pelea para buscar un sustento económico. Carmela es su maestra de sexto grado y el niño siente por ella un gran respeto; pero cuando ella se ve obligada a abandonar el aula por un tiempo, las cosas camban y el niño es trasladado a una Escuela de Conducta. A su regreso, Carmela se opone a esta medida pero este compromiso pondrá en riesgo a ambos personajes.
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