Este es un blog personal y en él sólo se publican textos del autor

sábado, 11 de mayo de 2013

Ana Karenina, una obra que necesita libertad

Hay superproducciones de Hollywood imposibles de remake, sobre todo en estos tiempos donde el cine comercial ha cualquierizado las grandes historias y las novelas inmortales escritas en épocas pretéritas. Otras, por el contrario, han sido enriquecidas por el talento de sus directores que han sabido añadirle innovaciones tecnológicas y vericuetos insospechados. A este segundo caso se integra Nikita Mijalkov (Moscú, 1945), quien con “12”, salió airoso del reto de adaptar a la realidad de Rusia actual, una de las mejores películas de Sidney Lumet, “Doce hombres sin piedad” (1957).
“Ana Karenina” tiene una versión inolvidable. La cinta dirigida en 1935 por Clarence Brown, contó en su reparto por dos figuras como Greta Garbo y Fredic March. Un riguroso guión apoyó el trabajo de este dueto de actores, muy bien guiados por la mano maestra del realizador.
En 2012, el director inglés Joe Wright (“Orgullo y prejuicio, 2005), asume un remake con mucha economía de recursos. Sus principales atributos son el vestuario, la ambientación y el maquillaje, pero las actuaciones funcionan con discreción. Sin embargo el gran problema de esta película no está en su puesta en escena, sino en su ideología funcional. Los problemas de Wright comenzaron cuando decidió utilizar de escenografía una sala de teatro como pretexto innovador. No se dio cuenta de que “Ana Karenina” no puede ser encerrada en un espacio determinado. Es una obra que necesita libertad como su protagonista, ya bien en el cine, en literatura o el teatro, es una obra de alto vuelo que no puede resolverse dentro de un escenario donde corren los caballos y ruedan los trenes. Aquí reluce una puesta en escena forzada, a veces sobreactuada y con evidentes copias de modelos extemporáneos, tanto en los parlamentos como en las soluciones amatorias. Los efectos visuales se balancean de un lado a otro y en ciertos casos rozan lo común al igual que una edición pretenciosa que une las escenas como un logaritmo frío, poco fluido y pensado a flor de piel.
Entre otros lastres, también sobresale la forma de besar de Keira Knightley, con la punta de su lengua. En el siglo XIX los besos eran mucho más apasionados. Esto se debe a la escritura de un guion demasiado liberal y a una dirección de actores que reitera el lado maldito del amor, no el sentimiento pasional.
Olvida Wright que está frente a una obra que ha trascendido a varias generaciones, una obra que ninguna estética posmoderna puede violentar. O renovar. O reasumirla. Con ella, el director trató de ser demasiado creativo. Olvida Wright que el cine tiene sus reglas y su código al igual que el teatro  la literatura. El cine es cine y su función, además de entretener es brindar un espectáculo cultural, creíble y duradero. LB

No hay comentarios: