Detrás de las palabras está el frío redondel de las praderas donde corren los bolsillos desechos. Suenan las voces en su espectro calcinado y no hay nada que decir. Yo juego a ser yo mismo. Busco la palabra que me sirva de epitafio contra las predilecciones. Quiero la palabra que me arrastre a los ejércitos, que me detenga delante del verdugo con una sonrisa amanecida. He pasado la vida buscando la palabra que no existe. Con esa palabra, sólo con ella, saldré a las fiestas de las arcas. Vestido de llovizna bailaré el rejuego del dedal para que nadie me envuelva en un papel de regalos. Toda mi vida ha sido un ciclo de danzas fragmentadas. He dicho todo cuanto he querido sin pensar en recompensas. La gente práctica nada tiene que ver conmigo. El peligro de mis sueños no está en el reverso metafísico, sino en su trasfondo vivencial. Propongo el pleno consenso del azul. Camino de frente al polvo y me río de todos por igual. Dicen que aplaudo la humildad, que salto los espacios con todos los resortes de las incoherencias. No soy bien recibido por quienes cuidan su segunda dimensión: los que temen caerse de la cuerda floja, los enmascarados de las mesas. Vivo al día, como la prisa del reloj a medio hacer. No le pongo a nadie la mano sobre el hombro, digo lo que pienso en alta voz, sin distinguir el alcance del vidente. Tengo mi casa llena de libros rodando por el piso como insectos homicidas. Me gustan los Beattles, y hablar con todos a la vez. Pretendo la mujer más perfecta, la que salta a mis espaldas y por delante me apaga la razón. Me podrán haber visto descalzo, con los ojos sin brillar, desafiando a un insolente y, tal vez, lleno de urgencias. Pero no hay dedos que me indiquen la palabra hermafrodita, la voluntad de quedar bien con la virgen y el demonio: clavar humedad en la espalda ajena. Me he preocupado porque todos entren al juego con el traje que prefieran. Y que se maten o sobrevivan según la emoción de la llegada. Ya no apuesto por miedo a no perder. Sólo apuesto a ser útil con mi propia verdad, no en busca de escaleras. De mi mano nadie llegará al festín de los bufones.
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