Liv Ullmann y Mónica Vitti
A cada rato empleo una frase tomada del peor machismo, cuando me quiero referir a alguien que no ha alcanzado celebridad por méritos propios: “Detrás de cada gran hombre se esconde una gran mujer”. A simple vista, la sentencia pudiera poseer la voluntad del símbolo a favor del equilibrio en la pareja. Pero no, mientras más se repite el término, más golpea en la memoria el sentido de sumisión de toda mujer, en detrimento de su propia obra, a favor del “talento masculino”.
Si la frase fuera “Detrás de toda gran mujer se esconde un gran hombre”, se adjudicaría a la autoría de las militantes feministas. De todas formas, salvo honrosas y escasas excepciones, las mujeres siempre han tenido que crecer a la sombra de los hombres, ya sean grandes, medianos o pequeños.
Digo todo esto a manera de homenaje a dos mujeres que encendieron la vida y la creatividad de dos maestros del cine, recientemente fallecidos.
La primera, Liv Ullman (Tokio, 1938) acompañó a Igmar Bergman (Uppsala, Suecia, 1918) una buena parte de su vida y no sólo
Le sirvió de fuente inspirativa. Junto al director de “Fanny y Alexander”, Liv Ullman encontró el verdadero límite entre la vida del actor y la del personaje de interpreta. Nadie como ella pudo dar en sus primeros planos esa riqueza gestual que separa el cine del teatro. Muy pocas actrices han tenido la posibilidad de trabajar en obras que, como “Sonata de otoño” (1978) permiten el desdoblamiento total de un personaje a base de puro diálogo, es decir, de simples historias mundanas. En esa cinta, sin dudas una de las más notables de la filomagrafía de ambos profesionales del cine, aparece frente a Ullmann nada menos que la inolvidable Ingrid Bergman, conformando un dueto que no ha sido y muy difícilmente será superado en propuestas de ficción. Algo muy similar ocurre en “Persona” (1966) cuando Ullmann y Bibi Anderson derrocharon lo mejor de cada una en una propuesta de factura ejemplar.
Liv Ullman llegó a la vida de Igmar Bermang de la mano de su compañera Bibi Anderson quien, además sirvió de celestina para los amores de una pareja con una diferencia de veinte años de edad del hombre a la mujer.
Las películas de Bergman sin la actuación de Ullman también son magistrales, pero muchos de sus personajes femeninos en ellas evidencian la ausencia de aquella mirada penentrante y deslumbrada que en todo momento supo ser ella misma sin dejar atemorizar por la personalidad y el prestigio del hombre que, al mismo tiempo, la dirigía detrás de la cámara y la endendía de deseos en su legendaria alcoba. Ella no llegó a ser un “monstruo” del cine como Bergman, pero mucho cuidado con subestimarla.
Mónica Vitti (Roma, 1934) no fue un amor durarero con Michelangelo Antonioni (Ferrara, Italia, 1912) al estilo de Ullmann-Bermang.
A simple vista pudiera parecer un flechazo pasional que duró un poco más de una década y que le sirvió al maestro del cine italiano para transformar a su amada, de una simple actriz de teatro cercana a las comedias a una inolvidable diva del cine moderno, tejedora de conflictos y dramas sobre la naturaleza existencial de la mujer y su desarraigo emocional.
Al romper su relación con Antonioni, Vitti bajó su rostro y se dedicó a vivir de su gloria. Por el contrario, a partir de ese momento, creció mucho más. Se convirtió en la comediante más importante de Europa, además de otras propuestas de nivel. Trabajó con directores de la talla de Luis Buñuel, Ettore Scola y Alberto Sordi, y retornó a las manos de Antonioni en 1980 con “El misterio de Oberwald” una afamada obra de teatro europea que sirvió para que la actriz reiterara sus amplias virtudes profesionales con un rostro que, sin dejar a un lado su hermosura, presentaba ya ciertas marcas del tiempo transcurrido delante de las cámaras.
Mónica Vitti fue una gran mujer y Michelangelo Antonioni un gran hombre. Ninguno de ellos vivió detrás del otro para catapultarlo. Fue por ello que cuando la pasión entre ambos cesó, cada uno tomó tumbos diferentes.
Estas breves reflexiones sobre la presencia de dos mujeres en la obra de estos cienastas universales, fueron externadas anoche en el Auditorio de Funglode, al que fuimos invitados a compartir, con otros colegas,un homenaje a Bergman y Antonioni. Sirvan, pues, como homenaje y canción a favor del amor, el cine y los amantes.
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